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La pasión de Málaga

Por Guillermo Uruñuela

 

Francisco es un tipo menudo de barba tupida y voz potente. No recuerdo bien el día exacto en el que lo conocí. Lo que sí sé es la radiografía que podría hacer en estos momentos de él. Uno que no es parco en palabras, a veces se queda incluso sorprendido de la capacidad de acaparar todas las conversaciones. De todo sabe, y si no lo conoce, opina igual con esa dosis de ingenuidad y bruteza torpe que hace que incluso errando en el comentario nunca hiere a nadie. Malagueño de cuna y conejero de corazón, lleva décadas en Lanzarote y cada vez que ocurre algo, él está metido de por medio.

 

Pero este artículo no va de quién es “El Malaguita” porque al lector entiendo que no le importe. Lo que les quiero hablar es de una cualidad que veo en su persona muy arraigada y seguramente sea un buen ejemplo de lo que quiero transmitir.

 

Este tipo es un apasionado. Una persona que no entiende de situaciones importantes o temas banales. Allí donde se mete se deja todo y para mí, esa forma de proceder es maravillosa. El primer contacto que tuvimos fue a través del fútbol. Como seguidor y socio de la UD Lanzarote poco a poco comencé a enterarme de las locuras que hacía por sentimiento. Viajaba a veces fuera, se dejaba dinero para apoyar al club, se preocupaba como si le fuera la vida en ello cada vez que se organizaba algo y, en la gran mayoría de las ocasiones, él no se iba a beneficiar de nada. Yo a veces lo veía y pensaba. Qué necesidad tendrá este hombre de meterse en estos berenjenales. Es decir, en los momentos fáciles estaba como otros tantos miles; en las malas se quedaba como una especie de hidalgo errante luchando contra molinos.

 

Y esto que les cuento, con el paso de los años comprendí que no era una enajenación futbolística al uso. Se trataba de una forma de vivir. Un camino repleto de pasión e intensidad en todos los aspectos. Y si les he contado esta simple anécdota en torno a un balón, imagínense cómo actúa en un tema de cierta enjundia. En esta sociedad tendente a la depresión, al inconformismo, al derrotismo, encontrarse con “El Malaguita” es como toparse con un oasis en mitad del desierto.

 

Ya que este artículo tienen un gran componente personal, también podría afirmar que realmente no somos los amigos más cercanos del mundo, pero a día de hoy si necesitase que alguien viniera conmigo a achicar agua de una barco que se hunde, seguramente a una de las primeras personas a las que llamaría sería a él. Asumiría el asunto como suyo, no preguntaría más. Simplemente tomaría un cubo y sacaría agua.

 

Como anécdota final contaré que un lunes, estando en mi casa, recibí un mensaje a través de un grupo de fútbol de veteranos. Yo ese día no había ido a jugar y leí: “El Malaguita se ha roto el peroné”. Pensé qué mala suerte. Fui a verlo al Hospital al día siguiente y le escuché. Consideraba que había sido fruto de una acción desafortunada pero al escuchar contarlo comprendí que además de eso había más. “Guille, si no meto la pierna, nos meten gol”. Y ahí con su sonrisa picarona y ese aire de héroe en peligro de extinción, el tipejo se dejó el peroné por salvar a su equipo una noche ventosa en la Villa de Teguise, ante la expectante mirada de las tres o cuatro personas que por equivocación fueron ese día a ver el partido.

 

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