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La otra fractura

Francisco Pomares

 

Llevamos semanas hablando de las muchas fracturas que hoy definen la política española: la que existe entre las dos Españas, encendidas de nuevo tras casi cincuenta años de haber sido apagadas por el soplo de la Historia. La fractura entre el Gobierno y los jueces, que comienza a apuntar como uno de los grandes problemas de la que podría llegar a ser la legislatura más complicada de la Democracia. Y la fractura entre regiones ricas y regiones pobres abierta por la decisión de Sánchez de hacer que el resto de los españoles asumamos las quitas de la deuda catalana con las que –también- ha pagado su continuidad en el poder. O la fractura con los propios principios que supone para los socialistas cambiar de golpe, sin vaselina y con los ojos y la boca cerrada (para que no entren moscas de hemeroteca) el discurso contrario a la amnistía que defendían ardorosamente hasta que las elecciones nos mostraron un país dividido casi por su mitad. O incluso la fractura de nuestra solvencia como europeos, con el inicio del cuestionamiento en las cancillerías del continente de una negociación política basada en torcer la ley y usar el dinero de todos (incluso el que Europa nos transfiere) para seguir atrincherado en Moncloa. 

 

Pero entre todas esas fracturas, de la que se habla menos es de la fractura en el seno de la izquierda a la izquierda del PSOE, una situación absolutamente evidente, acuñada en la conciencia colectiva de la militancia izquierdista, tras la arriesgada decisión de Yolanda Díaz de dejar a Podemos fuera de todo poder en el Gobierno. La vicepresidenta ha cumplido exactamente las previsiones implícitas en su nominación como vicegallega de la izquierda couché: acabar con Podemos, y hacerlo lo más rápido posible, sin dejar siquiera a Podemos el tiempo necesario para suicidarse por sus propios medios.

 

El diseño del Gobierno de Sánchez, en el segundo mandato del PSOE en coalición, ha demostrado que el modelo sigue, pero cambian los actores principales. Si hace cuatro años fue Pablo Iglesias el responsable de quitarle el sueño a don Pedro, ahora es Yolanda quien le arropa la cama para protegerle del frío que hace fuera del poder, y de la insensatez de sus primeros compañeros de viaje, asaltantes frustrados del cielo. Es impagable el servicio que Yolanda Díaz le ha prestado a Sánchez acabando en poco más de un año de liderazgo besucón en las filas de la izquierda, con el poder institucional de los leales a Iglesias, empezando por esa pareja de heroínas del fado llorica que han demostrado ser Irene Montero e Ione Belarra. Dejarlas fuera redibuja completamente el territorio de la izquierda española.  Yolanda Díaz ha reordenado el poder que Sánchez cedió a Sumar -el mismo que antes tenía Podemos- repartiéndolo entre las familias políticas de su cuerda, sin la más mínima demostración de misericordia. Más Madrid mejora su posición de salida, con un ministerio –el de Sanidad- con escasas competencias tras el traspaso de la Salud a las regiones del país, pero que permite situar a la hasta ayer principal opositora a Díaz Ayuso en la capital del reino, como la nueva cara con proyección nacional de la izquierda a la izquierda del PSOE. Ernest Urtasum, portavoz de Sumar (parece que pretende seguir siéndolo) y hombre de Catalunya en Comú, se queda con el ministerio de Cultura, que Urtasum dirigirá al mismo tiempo que mantiene la portavocía de Sumar. Sira Rego, inminente sustituta de Garzón al frente del partido, asume el ministerio para Izquierda Unida, y Pablo Bustinduy se incorpora como ministro de Derechos Sociales.

 

Podemos se queda fuera del Gobierno, y fuera del ámbito de cualquier decisión clave. Pierden incluso la portavocía adjunta de la coalición y –siendo probablemente la fuerza política que movilizó más voto en las pasadas elecciones- se convierten en uno más de los 16 partidos de Sumar. Pero no son uno más, son uno de los siete que lograron colar diputados -cinco- en las listas de Sumar al Congreso. Y todo apunta que no se van a quedar quietos. Los mecanismos de control parlamentario contra el transfuguismo amarran los recursos económicos a la fidelidad en el voto, y es posible que se lo piensen mucho antes de romper. Por si las moscas, Sumar ya ha registrado su propia marca electoral para Euskadi sin esperar a cerrar un acuerdo electoral con Podemos. Pero Iglesias ya ha anunciado que se presentarán por su cuenta en las elecciones europeas, y pelearán por lograr más votos que todo Sumar juntos, buscando la deslegitimación de Sumar en las urnas. Es una operación arriesgada –desgastará a ambos grupos-, pero sin ella no podrán Iglesias y los suyos hacer otra política que la del lloriqueo. Y eso ya cansa.

 

Inopinadamente, el enfrentamiento entre Podemos y Sumar, se convierte en la más inmediata preocupación del Gobierno. Es difícil saber el alcance que llegara a tener esa fractura.

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