La muerte de un perro
La muerte de un perro, probablemente electrocutado al pisar la tapa de una arqueta de registros de Endesa en Santa Cruz, ha desatado un sorprendente debate, muy típico de estos tiempos que vivimos, sobre la vida de los animales. El alcalde Bermúdez ha ofrecido ayuda legal a los propietarios de la mascota fallecida, para exigir a la empresa responsable lo que haya que exigir, y ha pedido que Endesa dé una pronta explicación de lo ocurrido, y haga lo necesario para revisar la seguridad de sus instalaciones, y evitar que se repitan episodios similares. Uno también se pregunta qué pasaría si una derivación de corriente a una tapa metálica hubiera provocado la muerte de un ser humano y no de un perro. Endesa dice que eso no es posible, porque la gente va calzada, pero el argumento no resulta demasiado tranquilizador. Y mientras uno se preocupa, Endesa ha desarrollado prontamente dos líneas de defensa cuyo objetivo fundamental es escurrir el bulto mientras no se pueda demostrar una responsabilidad obvia en el descuido de sus instalaciones.
La primera de esas líneas es poner en cuestión que el perro falleciera electrocutado. Quizá sea asi, o quizá no. Quizá el perro la palmó por ser alérgico a las tapas metálicas, o -como había llovido- el pobre animal resbaló sobre la tapa de la arqueta y se dio un golpe fatídico que acabó con él de forma fulminante. La otra línea de actuación es culpar de lo ocurrido a una alarmante plaga de voraces ratas de alcantarilla que estarían devorando la cobertura plástica de los tendidos subterráneos, dejando al descubierto los cables en las arquetas, lo que unido a la lluvia podría haber provocado fatídicas derivaciones.
Endesa ha explicado que está revisando cuidadosamente todas las arquetas de esa calle y que ha descubierto que están inusualmente infectadas por ratas destructoras que han deteriorado la cobertura de los cables.
Para concluir, Endesa recuerda con desparpajo digno de mejor causa a los pesarosos dueños del animal defuncionado que si quieren pueden acudir a los tribunales, y que ya se verá cómo se resuelve allí el asunto. No parece una respuesta precisamente muy amable.
Quizá por eso, o porque vivimos instalados en la idea cada vez más extendida de que toda víctima tiene necesariamente que tener un culpable, media ciudad se ha enfadado con la cínica respuesta de Endesa: “Con Unelco esto no habría ocurrido”, dicen algunos ciudadanos. Y probablemente tienen razón. Con Unelco los responsables de la empresa habrían sido más sensibles, cuidadosos y razonables a la hora de dar explicaciones.
Pero la cuestión no es esa. La cuestión que me asombra es la enorme entidad que parece estar adquiriendo el asunto del pobre animal electrocutado. A la masiva respuesta en redes de personas que se solidarizan con el perro fallecido y con el duelo de su dueña, a los pronunciamientos de organizaciones de animalistas, se une el preceptivo enfado del alcalde Bermudez, muy duro y exigente con Endesa.
Y todo ello coincidiendo en el tiempo con un momento aciago de la vida nacional, cuando el país comienza a tener una visión clara de la magnitud de lo ocurrido en Valencia, cuando se cuentan ya en más dos centenares las personas fallecidas en el desastre, y se sabe que aún aparecerán más cuando se logren limpiar todos los destrozos.
La abundancia de comentarios en redes lamentando lo que le ha pasado al desafortunado can, parece desproporcionada ante la gravedad de la catástrofe del DANA, la enormidad de la tragedia de Valencia , y la terrible cantidad de víctimas mortales. Se que decirlo provocará la reacción de mucha gente sensible que ama y protege a los animales, pero yo creo que en ciertos momentos -y este es uno de ellos- hay que guardar la debida proporción, siquiera sea por una cuestión de salud moral.
La implantación de la cultura woke en tantos aspectos de nuestra vida, está confundiendo códigos de creencias e incluso asuntos filosóficos que antes nos resultaban muy obvios. Por ejemplo, que la vida de un solo ser humano es más valiosa que la de cualquier animal.
El respeto por todas las formas de vida, más aún por las más cercanas, las de los mamíferos que usamos como mascotas, no puede hacer que olvidemos algo tan elemental. Olvidarlo nos pone en riesgo de convertirnos en imbéciles.