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La incertidumbre como combustible

Myriam Ybot

 

 

Vivimos en la edad de la incertidumbre, un estado natural y permanente que nos obliga a estar alerta ante la impredecibilidad de nuestras realidades particulares y colectivas. Atrás han quedado los trabajos fijos, los matrimonios hasta que la muerte nos separe o el marzo ventoso y el abril lluvioso, que indefectiblemente nos llevaban a un mayo florido y hermoso. Las certezas incuestionables han dado paso a la forzosa aceptación de la complejidad y el azar como elementos que configuran nuestra cotidianeidad.

 

En esta tesitura nos asomamos al nuevo año 2024: con muchas puertas entornadas que deberemos abrir o cerrar y con muchas preguntas pendientes de respuesta; con enormes desafíos para afrontar, cada persona desde su ámbito particular y como frente común social, pese al avance del sectarismo y la polarización y el progresivo adelgazamiento del pensamiento crítico y el espíritu solidario.

 

La guerra (todas las guerras) entre Israel y Palestina, a la que la comunidad internacional se asoma con el corazón dividido entre las alianzas políticas y el rechazo a la violencia desatada sobre quienes son más vulnerables; las consecuencias globales de un cambio climático que ha viajado ya del futuro al presente y amenaza la viabilidad de la vida humana en el planeta; el impacto de los flujos migratorios, millones de almas en todo el mundo en camino hacia sus existencias soñadas; la igualdad como estrategia colectiva, como máxima aspiración, como trampolín a la utopía.

 

La tarea es titánica, pero la imposibilidad de adivinar lo que ha de llegar no debe servirnos de coartada para permanecer mano sobre mano, ante el espectáculo de los días. Hay multitud de posibilidades de cambiar el rumbo personal y comunitario y niveles de compromiso y de exigencia para todas las capacidades: lo importante en no cejar en el empeño y actuar movidos por convicciones arraigadas, no por el gregarismo de estar a la moda.

 

Transitamos el siglo por un sendero nocturno, alumbrados por un único foco que nos impide ver fuera del charco de luz. La lógica científica ha terminado por dictar que no existen leyes universales fijas e inmutables que nos permitan entender el mundo hasta sus últimas consecuencias, como se postuló a comienzos de la pasada centuria. Lo formula Yayo Herrero en su ensayo “Ausencias y extravíos”: lo vivo no funciona de forma automática; el caos, el azar y las sinergias operan sin que podamos intervenir.

 

Por lo tanto, toca sustituir el escapismo tecnológico por una nueva ciencia social, cooperativa y vinculada al planeta que habitamos; renunciar a la arrogancia respecto al resto de seres de la naturaleza y entre las comunidades humanas; reubicar los límites de nuestro poder, de nuestros consumos, con generosidad, desaceleración, frenos y suficiencia.

 

Y parafraseando al cantautor Víctor Manuel, defender a toda costa que “aquí cabemos todos (y todas) o no cabe ni dios”.

 

De todo corazón, feliz año 2024. Que detrás de cada puerta se esconda la alegría.

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