La guerra se extiende
Francisco Pomares
Hay gente que considera que lo que ha hecho Hamás es defenderse de la ocupación israelí de parte del territorio palestino. En realidad, se trata de una cosa muy distinta: no estamos ante una acción defensiva o una movilización de protesta por las condiciones de vida en la franja de Gaza. Se trata de iniciar una guerra que Hamás sabe perfectamente que no puede ganar, y que va a provocar la muerte de la mayor parte de quienes han decidido esta incursión o se han embarcado en ella, y un extraordinario sufrimiento a la población palestina en Gaza. Hamás sabe que eso va a ocurrir y que ocurrirá en las próximas semanas o meses. Hamás ha actuado además con una brutalidad y salvajismo sin precedentes, asesinando indiscriminadamente a población civil, ensañándose con mujeres y personas mayores y secuestrando decenas de civiles, vejados y maltratados más allá de toda necesidad bélica, buscando infligir a Israel una autentica humillación, una humillación que provoque una respuesta. A Hamás ni le importan la reacción occidental ante su brutal acto de terrorismo, las reacciones de los primeros ministros o los organismos internacionales, ni le preocupan tampoco las reacciones de los israelitas.
Lejos de eso, lo que busca realmente Hamás es una escalada que provoque un estallido bélico en la zona, del que surja una nueva alianza contra Israel, en la que –además de Hamás- deberían incorporarse Hizbulá (ya empezaron ayer los bombardeos contra Israel desde El Líbano), Irán y Siria. A Hamás no le preocupa la seguridad de la población que administra en Gaza, lo que quiere es una respuesta igualmente salvaje de Israel que dé al traste con las negociaciones que mantiene Arabia Saudí para cerrar un pacto de defensa con Estados Unidos, una de cuyas condiciones –inaceptable para los patrocinadores de Hamás –sirios e iraníes- es la normalización de las relaciones del reino saudí con Israel. Hamás no busca canjear sus rehenes, porque su preocupación no es la de lograr la liberación de sus activistas presos. Quería los rehenes para humillar a los hebreos, y es probable que las escenas de barbarie y salvajismo inhumano que hemos visto en las redes, y que demuestran un comportamiento criminal y salvaje de los terroristas de Hamás, continúen produciéndose, y circulando por las redes, como ocurría con el califato y el Isis.
Hamás libra una guerra cuyo objetivo no es derrotar al adversario, sino unificar al pueblo del Islam en el rechazo a la mera existencia de Israel. Y hay que decirlo, hay que admitir que su bárbara ofensiva se ha producido en el momento perfecto: con Israel gobernado por una entente radical de fuerzas ultraderechistas y ultraortodoxas, decididas a reaccionar a la humillación soltando los perros de la guerra. Con el enemigo viviendo uno de los momentos de mayor división interna de la historia, por las medidas en contra de la independencia judicial que el premier Netanyahu intenta imponer. Y con el ejército y los servicios secretos israelíes instalados en la certeza –la misma de EE UU hasta el 11-S- de que la superioridad tecnológica es suficiente garantía para evitar cualquier veleidad de guerra por parte del enemigo.
Puede que eso sea cierto en algunos casos, quizá cuando los conflictos se producen entre contendientes que representan naciones en liza. Pero esta es una situación distinta: Hamás e Hizbolá no son naciones, son organizaciones armadas, que administran grupos civiles y territorios, pero no temen recurrir al terror, cuando lo consideran necesario. Hamás ha logrado con su iniciativa bélica dos ventajas técnicas: la que les produce disponer de un barato pero mortífero armamento con el que realizan el trabajo que Irán y Siria no van a realizar, -un armamento, por cierto, que les llega de Rusia y de Irán- y la que supone no tener absolutamente nada que perder.
Israel –sus políticos y militares- creían que Hamás no buscaba una escalada. Esa creencia se ha demostrado un error gravísimo: Hamás ha logrado disparar en el espacio de apenas unas horas, entre 3.000 y 5.000 misiles, desbordando completamente la capacidad de respuesta de uno de los sistemas de protección más elaborados y eficaces del planeta, la ‘Cúpula de hierro’ de Israel. Y ha logrado también movilizar miles de efectivos que han entrado en territorio israelí en un ataque combinado por tierra, mar y aire, sin que ni el servicio militar de inteligencia ni el espionaje israelita se dieran por enterados. Es más que razonable preguntarse cómo puede haber ocurrido que uno de los grupos terroristas más vigilados del mundo haya podido diseñar y silenciar durante semanas o meses una operación tan compleja y brutal. La respuesta no es sencilla.
Rusia, que ayer condenó con cierto cinismo el ataque a Israel, está abriendo nuevos frentes de su guerra contra Occidente donde puede hacerlo. Hay que estar atentos. En todas partes.