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La escalerilla de los sapos

Francisco Pomares

 

Ahora resulta que el plantón de Mohamed es una demostración de lo bien que nos van las cosas en política exterior y del alto aprecio que el rey le tiene al presidente Sánchez. El ministro Albares, que hace horas extras como explicador de los desplantes a Sánchez, ha dicho que el Gobierno sabía de antemano que el monarca alauita estaba de vacaciones en su mansión de Gabón. Y que es de enorme importancia que se haya producido una llamada telefónica previa a la Reunión de Alto Nivel a la que el Gobierno convocó a todos los ministros del equipo socialista (no fue ni uno de Podemos) porque esa conversación previa demuestra que Sidi Mohamed quiere que la cumbre sea un éxito. La llamada vale mucho más que un merosaludo protocolario, han dicho desde el Gobierno. Aunque eso no encaje ni a la de tres con el hecho de que Moncloa ha seguido en esta ocasión el formato del encuentro Biden: la recepción no estaba cerrada el día antes, pero Sánchez aún esperaba un tropiezo en los pasillos del Majzén, un recorrido hasta el lavabo, en fin, lo que fuera. Porque eso es lo que ha ocurrido. Es lo normal en las reuniones de alto nivel, lo que el rey Hassan hizo con Felipe González, y su hijo con Aznar, con Rodríguez Zapatero, y con Mariano Rajoy. En Marruecos, siempre que un presidente de Gobierno acude al país, es preceptiva la audiencia con el rey. Aunque a veces hay mensajes: después de lo de Perejil, las cosas no han vuelto nunca a ser lo mismo: a Zapatero lo recibió Mohamed con una ridícula banderita española, contraria a lo que marca el protocolo. Y en su cena con Sánchez del pasado abrió, después de la última crisis, la bandera española estaba boca abajo. No son detalles casuales. A la diplomacia marroquí le gustan los gestos que dan que hablar. Por mucho que el Gobierno alimente ahora los enormes éxitos del encuentro. Uno de ellos, de lo más chisco: la expedición celebra un acuerdo para que ninguno de los dos países se refiera a partir de ahora a la soberanía sobre Ceuta y Melilla, para “evitar ofender al otro”. Pero Ceuta y Melilla son españolas…

 

​En fin, que más allá de la propaganda y de la inquina, se sitúa ese constructo consensual que en política es la verdad:  y la verdad es este patético lance de Pedro Sánchez ninguneado en Marruecos por el rey Mohamed, sometido a una estricta dieta de batracios, que resulta lo más parecido a una vergüenza pública. Oprobio desde la morería para un país que ni entiende lo que está pasando, ni sabe hasta dónde llegará Sánchez en su régimen a base de ancas de sapo y plantones.

 

Supongo que resulta fácil culpar a Marruecos y su malvada diplomacia de los gestos de este segundo desplante previo al gran encuentro, después del último mentís desapercibido contra una información del Gobierno sobre el asesino de sacristanes de Algeciras.

 

Pero aquí lo que hay es que Marruecos ha logrado que le salga gratis el cambio de la posición histórica no del socialismo español, sino de España, en relación con el conflicto del Sahara. Sánchez se implicó personalmente, con una carta personal –dicen que es el último recurso de la diplomacia- para hacerse perdonar una de las operaciones más cantinflescas y mal traídas de los servicios secretos de Moncloa: la acogida en un hospital español y bajo nombre falso del presidente del Polisario y la RASD, gravemente enfermo de Covid. Con más de 200 teléfonos españoles intervenidos por Marruecos -entre ellos el del propio presidente y su mujer- cabía esperar que el asunto fuera conocido por Marruecos. Pero no solo se actuaba con ocultación a Marruecos. También a la Audiencia Nacional.

 

En aquél lance ridículo, Sánchez dejó claro que cree que el Estado puede gobernarse como se gobierna la Agrupación Socialista de Latina. Pero va a ser que no: después de meterla hasta el corvejón, la rectificación fue casi más chapucera: cuando se exhibe como excusa lo humanitario o la caridad pública o los derechos humanos, no es de recibo sacar del bolsillo después el manual de realpolítick. O lo uno o lo otro, o pasar por la indignidad, que fue lo que eligió Sánchez para congraciarse con Mohamed. Lo siguiente, entregarse a la posición sobre el Sahara de Marruecos, sin conocimiento del Gobierno ni consentimiento del Congreso, en una carta al rey filtrada por el rey para escarnio de la democracia española. Y Marruecos nos ha cogido la medida. Esta última –incluyendo lo de renunciar a hablar de la soberanía- es ya el órdago de la indolencia y la estupidez. También la demostración de que este PSOE de ahora vive secuestrado por su patrón y rendido a sus decisiones sean las que sean.

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