La diferencia entre perder y no ganar
Guillermo Uruñuela
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En ocasiones, los que nos dedicamos a juntar letras, tenemos una idea merodeando por la cabeza que permanece inerte hasta que decides darle forma porque algo te lo recuerda. En este caso fue un partido fútbol así que hoy hablaré de la pelota y de la vida; o al revés.
Recientemente estaba viendo un encuentro entre dos equipos con “filosofías” diferentes. Da igual el nombre de las escuadras en sí porque el hecho que les narro podría ser aplicable a cualquier otro conjunto o circunstancia. La cuestión es que uno intentó con esmero ganar el partido mientras el otro se empecinó en no perderlo. Al final el conservador, el rácano, no sólo no salió derrotado sino que se llevó una recompensa. Este hecho me hizo pensar. Creo que he sentido esa sensación, y no hablo del balón; que también. Me veía reflejado en aquellos que se iban cabizbajos al túnel de vestuario pensando lo injusto de aquello. Sin embargo, cuando pase el mal trago del tropiezo, se darán cuenta de que a la larga, la balanza se compensará a su favor por valientes.
El fútbol en sí guarda ciertos tintes bélicos -no hablo de violencia en los campos sino del planteamiento táctico de los equipos-. Cuando tú resguardas tus filas por el miedo que te genera la artillería contraria has empezado a perder, aunque luego te adjudiques la victoria. Es un pulso de fuerzas y aquel que no se arruga, en el futuro, suele coronarse.
No tengo título de entrenador -ni quiero- pero en el hipotético y remoto caso de serlo en un futuro, puedo asegurar que mis equipos nunca perderían. Luego la competición, el verde, el acierto o los fallos me otorgarían unas tablas, una victoria o unos partidos "no ganados". Porque el hecho de perder, más allá de lo que señale un electrónico, es un estado; una circunstancia controlable. Los míos jamás perderían porque para salir derrotado tienes que alejarte de manera completa o parcial de la intención de ganar. Y lo mismo ocurre en nuestro día a día. Podemos ir con todo a por la victoria o hacer totalmente lo contrario.
Por eso, me gustan los equipos ganadores y las personas valientes aunque pierdan y detesto con todas mis fuerzas a los del otro bando; a los mustios, a los cobardes, a los tristes y a los que salen a perder aunque, de manera circunstancial, puedan ganar algún día.