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La cultura de los agachados

Por Alex Solar     
 
Un mexicano  de origen japonés llamado Saka Tong ha escrito un “Manual del perfecto agachado”. Ser un agachado es lo contrario del héroe ciudadano, que esgrimiendo el valor civil amonesta a sus vecinos poco respetuosos de las normas más elementales de convivencia. La prudencia aconseja no arriesgarse quijotescamente para defender nuestros derechos pisoteados con iracundos reclamos y Tong dice  que si uno tiene la desgracia de vivir en una comunidad de vecinos donde hay quien no paga sus cuotas, hace ruidosas fiestas o tiene mascotas que perturban el descanso y atentan contra la higiene, no debemos quejarnos. Al contrario, debemos saludarle con extrema amabilidad y ganarnos su confianza, no sea que nos expongamos a represalias o a algún acto de violencia. En el cine o en otros sitios donde estén proscritos los teléfonos móviles, tampoco protestemos si suenan: “Si reclama, solo conseguirá hacerse notar, y quizá otros espectadores le impongan silencio por haber importunado al infractor de la ley”. Y es que el rebaño soporta cualquier atropello, pero menos a los inadaptados que se las quieren dar de valientes. Y el que lo haga habrá de rascarse con sus propias uñas, solo ante el peligro , etiquetado como amargado y rompe pelotas.
 
 
Yo me quejo continuamente por las tropelías de los vecinos y el ayuntamiento ha lanzado una campaña tratando de “sinvergüenzas” a los que ensucian las calles con heces de perros y restos de podas. Pero el gobierno de la ciudad en la que resido actualmente, es el primero en incumplir las normas permitiendo ruidos molestos. En las “fogueres” (hogueras), que son como la versión alicantina de las fallas o del carnaval canario, los vecinos instalan media docena de potentes altavoces a escasos metros de mi casa, que vibra entera con la música (por decir algo, ya que es bazofia pura y dura) durante cuatro días con sus noches cada mes de julio, en que además cierran la calle para cenar y beber en ella. Otro foco de contaminación acústica es por la música y voces que emiten a toda pastilla los altavoces de un colegio vecino, temas musicales completos entre recreos varias veces al día. Me responde el funcionario municipal responsable que está comprobado que esto es una herramienta pedagógica. A mí me deja a cuadros que el twist de Chubby Checker o el rock  Bienvenidos de Miguel Ríos sean lo que él dice. La policía vino a medir los decibelios, aunque no espero nada. A los alicantinos les encanta el ruido, las mascletás, la charanga y la fiesta en plena calle.  “Es nuestra cultura”, alegan,  y al que no le guste que se agache.   

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