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La chica del periódico

Por Guillermo Uruñuela

 

Escuche el audio de la columna

 

 

 

Camina alocada con unas hojas en la mano; a veces incluso se mueve de un lado para otra hablando sola, realizando una especie de ejercicio de contabilidad. El papel que porta es algo parecido a una cuadrícula enrevesada en la que aparecen casillas tachadas, coloreadas con fluorescente, sobrescritas, emborronadas.

 

— Media de publicidad, un reportaje a tres páginas, siete columnas. Ah, este mes un especial de  inmobiliarias… —va soltando al aire como si no existiera nada más a su paso.

 

Se acerca una vez más a mí.

 

— Guille para mayo te tocan dos páginas de deporte, el artículo de opinión y una media página sobre el sector primario.

 

Yo la miro y siempre le respondo que ella manda. Y ejecuto.

 

Todo ello ocurre en los primeros días del mes cuando la redacción se pone a trabajar para preparar el periódico del mes siguiente. Todos colaboramos en cierta manera, pero ella es la reina de la tinta y el papel (reciclado, creo, en estos momentos).

 

Suceden los días y como por arte de magia se aproxima la fecha tope para entregar los escritos. Este que les firma tiene la fea costumbre de entregarlos siempre sobre la bocina. En la redacción no lo sé, pero en tardanza, mis textos siempre son los número uno.

 

— ¡Guille, me falta tu artículo!

— Tranquila, Mar, aún tengo tiempo. El mío envíalo directamente a maquetación. No hace falta que lo corrijas —le digo humildemente con soberbia y guasa.

 

 

Entremedias, se cambia el paginado, ocurre algo relevante que modifica la configuración de los temas, se cae una publicidad o algo que es noticiable, deja de serlo. Y claro, Mar, se desespera. Pero siempre sonríe. A veces resopla al cielo, pero con buen talante.

 

Y sin saber cómo, vuelve a llegar a imprenta y a la calle. El mensual de Lancelot Periódico sale el primer viernes de cada mes y se puede encontrar en barras de bar, en gasolineras o en tiendas. Vamos, en casi cualquier lado. Me atrevería a decir que quizá también en algún local nocturno. Pero eso no lo puedo confirmar. Es decir, sus páginas llegan. Muchos las miran por alto. Otros lo toman y se lo llevan a casa quizá para calzar una mesa. Alguno lo lee en profundidad y más de uno se quedará en los titulares o en algún tema que le interese por algo. Pero en el fondo, hay mucho trabajo detrás y un esfuerzo humano y económico por mantener un periódico de papel que, sin tener datos para opinar, no creo que sea el negocio más rentable en estos tiempos digitales.

 

Por ese motivo, supongo que este escrito es una especie de reconocimiento a la dedicación de todos, pero especialmente a la de Mar Arias, que desde hoy públicamente y desde hace tiempo en la sombra, quedará bautizada como “La chica del periódico”.

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