¿La anomalía canaria?
Francisco Pomares
Nos parece tan extraño que Canarias cuente con algún ministro en los gobiernos de la nación, que lo hemos convertido en algo así como una anomalía. Pero se trata solo de una falsa percepción. Más allá de casos como el de algún canario de nacimiento, Luis Carlos Croissier, ministro de Industria y Energía en el segundo Gobierno de Felipe González, pero poco vinculado con los intereses reales o conventuales de esta tierra, los gobiernos de la Democracia han contado –además del citado- con cinco políticos canarios de pura cepa, cuatro del PSOE –Jerónimo Saavedra, Juan Fernando López Aguilar, Carolina Darias, la única ministra canaria de la Historia, y Héctor Gómez, el más breve de todos, apenas ocho meses, de los cuales más de tres en funciones- y uno del Partido Popular, José Manuel Soria.
Ya antes de la democracia fueron trece, y dos de ellos –el tinerfeño Leopoldo O’Donnell y el grancanario Juan Negrín- llegaron a presidir el Gobierno. Entre el resto, hay ministros canarios que aún hoy son nombres de calles y no sólo en su tierra: León y Castillo, Estévanez Murphy, Franchy y Roca… y hasta dos que lo fueron durante el franquismo y ya no lo son: el tinerfeño Camilo Menéndez Tolosa, ministro del Ejército pasada la Autarquía, y el palmero Blas Pérez González, ministro de la Gobernación durante nada menos que 15 años. No es cierto, pues, que ser ministro y canario sea algo anómalo. Con Torres, que hace el número 20 de los canarios, puede decirse que se cumple con una tradición reiterada a lo largo de épocas y situaciones bien distintas. Para quien guste de numerologías y supersticiones, Torres es también el ministro grancanario número 13.
El presidente Sánchez le ha encomendado la cartera de Política Territorial, engordada para la ocasión con las competencias del área de Memoria Democrática. Se enfrenta desde su ministerio –al menos teóricamente-, al mayor reto al que un gobierno reciente se haya visto expuesto: evitar que la amnistía y los pactos del PSOE con los independentistas deriven en un referéndum –pactado o unilateral- tras las próximas elecciones catalanas. Torres es perfectamente consciente: en su primer mensaje, realizado desde ese altavoz de posicionamientos impostados que son las redes, ha hecho lo que suele: comprometerse a trabajar por la convivencia, la cohesión y la memoria. Y por si no quedara claro a quien corresponda que siempre hará lo que espera de él Moncloa, ha explicado que piensa desde siempre que “el diálogo es el soporte principal de la política útil”.
Cohesión y diálogo, pues. Un binomio muy difícil de encajar en las actuales circunstancias. Pero Torres es un tipo capaz de obrar milagros, y un político con recursos. Por su capacidad para adaptarse a situaciones cambiantes, cumplir instrucciones de la superioridad sin que parezca que lo hace, y ser capaz de decir una cosa y la contraria sin que se le tuerza un pelo del bigote, Torres responde a lo que se espera de él. Será el perfecto ministro ‘político’ que quería Sánchez para esta convulsa etapa, y hará buena pareja con Bolaños, el otro ministro clave del momento. Lidiar con los independentistas y templar gaitas con el resto de los españoles, esa será su misión principal, y habrá que ver si sabe o no moverse en un terreno tan pantanoso.
Personalmente, le deseo toda la suerte del mundo.
En cuanto a la pregunta recurrente de si su presencia en el Gobierno es buena o no para Canarias, he de decir que se trata de una pregunta bastante chafarmeja: la misión de un ministro no es defender la agenda de su tierra, aunque en esta ocasión, resulte que entre sus competencias le toca desarrollar el cumplimiento de esa agenda canaria que los coalicioneros han logrado endosar por dos veces, primero a Feijóo y luego a Sánchez, y que debiera tener a partir de ahora pocos adversarios formales en la Corte. Torres no ha sido un ministro beligerante con su señorito, supo negociar sus momentos de disidencia pública ante Moncloa sin crearle malestar alguno al que manda. Si no lo hubiera hecho no estaría donde está.
Y ahora le toca –como asunto de menor enjundia- responder a la presión de sus adversarios de Canarias para que cumpla con lo pactado. Tiene dos opciones: intentarlo, o hacer como que la cosa no va con él. La primera opción le permitirá seguir presentando su muy cultivada faceta de hombre bueno. Pero si opta por la segunda opción, y se hace el loco a la hora de responder a los compromisos con Canarias, será muy fácil convertirlo en el malo de la peli y vender la especie de que nada más llegar al ministerio se puso a premiar a catalanes y vascos y castigó a sus compatriotas. Ese es el flanco débil de su mandato, si tiene intención de optar a la Presidencia de Canarias con 61, dentro de cuatro años. Puede que sí o puede que no, pero de momento él ha hecho exactamente lo que todos los secretarios generales del PSOE canario después de perder el gobierno regional: hacer las maletas y a Madrid.