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Isla-paisaje

Myriam Ybot

 

 

El paisaje es el telón de fondo de la existencia, nos abraza en el caminar por los años y se incrusta en nuestra memoria como el diamante en la frente de la mujer hindú. Los escenarios de nuestras vidas nos acompañan siempre, ya sean ruidosas vías urbanas o senderos de arena y matorral, ya nos rodeen rascacielos, llanuras interminables, acantilados litorales o los picos escarpados de una sierra rematada en nieve.

 

Nos vinculamos emocionalmente a los lugares en los que nacimos, donde nos enamoramos, donde nos despedimos para siempre o vivimos experiencias indelebles… en un proceso de redescubrimiento y reencuentro con los espacios que no termina nunca.

 

Por eso nos revolvemos con sentimientos que van desde la incomodidad a la ira ante acciones y comportamientos que lesionan o atentan contra los territorios que consideramos de nuestra propiedad afectiva, individual o colectiva, que queremos inalterados y perdurables en el catálogo mental de los recuerdos.

 

Cuando este artículo salga a la calle, los miembros de la junta rectora del Consejo de la Reserva de la Biosfera habrán conocido o repasado los contenidos centrales del informe Biocrit, un estudio crítico sobre el paisaje lanzaroteño que ha estado dormitando en la gaveta del olvido durante los últimos años y que ha sido rescatado con buen criterio por el actual gobierno del Cabildo.

 

El potentísimo y exhaustivo informe, realizado por MPC- Arquitectos, ya puso en 2018 ante los ojos de los responsables públicos y de la ciudadanía la imagen de una isla que nadie quería ver, la de las distorsiones y amenazas, en continua metamorfosis, “tan única e identitaria como frágil”.

 

Durante más de dos años, Vicente Mirallave, Flora Pescador y Jin Taira situaron bajo la lupa cada centímetro de la piel isleña, para terminar señalando, con idénticas dosis de admiración y de alarma, la honda percepción social sobre la singularidad de la cultura propia, arraigada en siglos de respeto a un entorno de recursos limitados y de inteligencia volcada en su gestión, y las alteraciones paisajísticas generadas por la acción humana contemporánea.

 

Apuntes como que en Lanzarote hay ya casi tantas rotondas como cráteres deben hacernos reflexionar sobre los impactos de la modernidad sobre un paisaje que es legado, lección de vida, casa común y recurso económico principal, y que merece la misma protección que el territorio y el medio ambiente con los que se funde, en su doble naturaleza ética y estética.

 

El desafío que se abre ahora es la rúbrica de un pacto insular que armonice las ordenanzas municipales y dirija la acción pública en la misma dirección de protección de la fisonomía volcánica, con sus gerias y arenaos, malpaíses, riscos, playas, salinas, aljibes, pueblos y ciudades, elementos todos que constituyen un lugar único en el mundo, el nuestro.

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