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Identitaria

Francisco Pomares

 

El Gobierno de Canarias entregó el lunes en una gala celebrada en el Teatro Guiniguada de Las Palmas las distinciones Identitaria 2023, para premiar a personas y entidades que han protegido de forma destacada el patrimonio cultural de las islas. En esta primera edición, resultaron galardonados la asociación cultural Raíz del Pueblo, de La Oliva, y tres conocidos historiadores canarios: Amara Florido, especialista en arqueología industrial, José de León, director del proyecto de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, patrimonio mundial, y Juan Francisco Navarro, mi profesor de prehistoria de la Universidad La Laguna. 40 años de docencia…

 

La gala, que se apunta con carácter bienal, es una más de la panoplia de actuaciones –entrevistas, tertulias, certamen literario, ediciones y exposiciones-, que persiguen continuar y profundizar la reflexión hoy abierta sobre la identidad, lo canario y la canariedad, desde una perspectiva moderna, insistiendo en valores como la tolerancia y el respeto, propios de sociedades plurales como la nuestra. Se trata, parece, de un experimento ambicioso que responde a la certeza de que el discurso sobre memoria e identidad en las islas es un discurso en construcción, una apuesta que sobrepasa el deseo nacionalista de aclarar el estado de la cuestión, después de años desperdiciando oportunidades y recreando artificialmente modelos importados.

 

Por lo que se ha anunciado, el proyecto Identitaria, se incorpora en sus objetivos y actuaciones a la senda abierta hace ya años por Fernando Estévez, que implantó desde el Museo de Antropología de Tenerife, la denominada museología de ruptura de Jacques Hainard. Estévez fue un intelectual convencido de la necesidad de permear la objetividad desde el análisis subjetivo, de presentar lo que se expone sin disociarlo de la actividad humana. En ese contexto, Identitaria incorpora no sólo las metodologías de Estévez sobre procedimientos de inventario del patrimonio, su activismo militante, su compromiso con la protección, la docencia y la divulgación a públicos amplios; también la visión compleja que Estévez tenía de Canarias, su percepción de que la nuestra es una sociedad híbrida, deudora de muy distintos referentes antropológicos y culturales.

 

Identitaria es una aventura sorprendente en estos tiempos de mediocridad en los que se simplifica y nivela todo por su mínimo común denominador: es un proyecto interdisciplinar, arriesgado, y voluntarioso, que señala hacia objetivos definidos, pero no pretende que necesariamente se alcancen, sino que se pongan en marcha, y que alteren el rumbo cansino de los lugares comunes y el autobombo desde donde siempre se han defendido ideológicamente nuestras convicciones sobre la canariedad.

 

Sospecho que -desde su propio nombre- este proyecto no trata de inventar un neologismo al que incorporar un discurso ya previsto, sino de señalar que ni existe ni es probable que puede existir una única identidad que defina a este pueblo insular y atlántico deudor de los cambios del viento y la fortuna, a esta raza hija de mil leches que incluso cuando se mira el ombligo, lo hace en tantas direcciones. Porque si algo hay de identitario en nuestro presente social, si algo nos iguala e identifica como un pueblo, ha de ser eso, sin duda, la suma de identidades, genéticas, culturas e inculturas que nos marcan y definen desde al menos hace ya quinientos años.

 

La Canarias de hoy es fruto de los cruces y enjuagues del pasado, de las pulsiones del presente, del crisol de un idioma común y de las expectativas de un futuro que ni siquiera a los isleños nos pertenece en solitario. Tierra de emigración y de turismo, de ingenios azucareros y recolección de cochinilla, de agricultura y libre comercio, de colonizadores y esclavos, de guanches, normandos y castellanos, pero también portugueses, genoveses, irlandeses, daneses, holandeses, americanos, negros de las tribus del Golfo de Guinea, moros y moriscos de la Mauritania, emigrantes supervivientes al Sahel y al océano, judíos, libaneses, marroquís, turistas teutones y británicos, pasajeros vocacionales al sol del trópico y ancianos jubilados que llegan en manada desde los países fríos. Una tierra habitada por Viera, Galdós y Luis Feria, por Chirino y Manrique, por inspectores de Hacienda y camareros italianos con alma de poeta, suma de islas y caracteres, a veces aprendidos con impostación, músicas, palabras, plegarias, compromisos y memorias.

 

Identidades y memorias dispares, a veces enfrentadas, mestizas por el paso del tiempo y la acción imparable de la vida: un proyecto en marcha.

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