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Había una vez un circo…

Francisco Pomares

 

Es difícil calificar el absurdo esperpento que ha decidido protagonizar Ramón Tamames, un político que nunca fue especialmente cuidadoso o humilde a la hora de controlar un ego con tendencia a la metástasis y dado a la frivolidad. Tamames, además de padecer de egolatría, es también un intelectual bastante pagado de sí mismo. Y en este país sentimos una suerte de desconfianza casi automática hacia los intelectuales que se meten en política, como si la política fuera una tarea tan vil y miserable que sólo pudieran dedicarse a ella los políticos profesionales. Tamames pertenece a la Transición, es un personaje de aquel concreto paisaje, de aquellos escenarios, y su repertorio, su visión y su lenguaje responde al de entonces.

 

Ayer, después de que me preguntaran en antena por su discurso de censura, superé la pereza que me produce acercarme a este lance, y decidí leer el discurso completo, aún a sabiendas de que es probable que no sea el que pronuncie, al menos no en su integridad. Eso sería ponérselo demasiado fácil a sus descuartizadores.

 

Reconozco que me pareció un discurso sensato, inteligente e inteligible para la mayoría, y además comprometido con una interpretación serena de la actual realidad española, un discurso parecido a los que se hacían y escuchaban en el Congreso (subrayo lo de escuchaban) cuando Tamames era aún diputado por el PCE. No es ni el discurso de Vox, ni tampoco un discurso de censura a Sánchez. Suena más bien como una conferencia del profesor Tamames, escrita para aleccionar a alumnos diputados -y al conjunto de los españoles- sobre la necesidad de una política nacional, progresista y moderada, consensual. Podríamos habernos ahorrado este show si el Congreso hubiera invitado al viejo diputado a ofrecer una conferencia a Sus Señorías, que le habrían aplaudido cortésmente. El mismo Tamames ha reconocido pesumbroso que aceptó el ofrecimiento de su amigo Sánchez-Dragó en nombre de Vox, porque nadie le hace ya caso.

 

Por desgracia, convertirse en educado portavoz del descontento contra las políticas de Sánchez, su soberbia o los modos cesaristas que definen su liderazgo, no le va a servir a Tamames de nada, nadie va a prestar la más mínima atención a lo que diga. Es muy probable que reciba un baño de condescendencia agradecida, reproches, desprecio, y ridiculización activa. Apuesto que Pedro Sánchez y los suyos optaran por la condescendencia –la ocurrencia de Tamames y Abascal es su mejor regalo a Sánchez para este tiempo de precampaña-, el PP se instalará en el desprecio y los reproches por hacer el juego al PSOE, y tanto la izquierda podemita como los indepes entraran a saco en la ridiculización, aun cuando lo hagan con cautela, no vaya a ser que se pasen y les salga el tiro por la culata.  

 

Personalmente, creo que Tamames se equivoca cerrando su trayectoria con este enredo. Siento un respeto casi instantáneo por quienes se atreven a romper con las reglas de lo políticamente correcto, y actúan como portavoces de sí mismos, desde una independencia siquiera teórica. Aprecio que alguien a punto de cumplir los noventa asuma gallardamente el riesgo de ser masacrado por la furia de los tiempos. Pero el problema para poder apreciar su arrogante ocurrencia es que no creo que responda a ningún factor político, pedagógico o moral, sino tan sólo a una autovaloración excesiva de sí mismo.          Además, un discurso como el suyo ya no cabe en este Congreso instalado en la descalificación, el despropósito, y el ‘y tu más’. Aunque muchos lo hayan tratado estos últimos días como tal, el profesor Tamames no es un payaso, pero su iniciativa corre el riesgo de convertirse en una payasada, en un circo. Un circo donde se presenta lo peor del país: un partido domesticado –el PSOE- y un domador indiscutido –Sánchez- al que Tamames permitirá desplegar un catálogo de improperios no contra él, sino contra el ausente Feijóo. Un líder de la oposición que nos regala sus equilibrios sobre la cuerda floja haciendo mutis por el foro, como si esta censura a Sánchez que apoyan muchos de sus votantes no fuera con él. Una izquierda radical e independentista, dispuesta a escupir fuego sobre un anciano al que presentan como un traidor. Y por último –last but not least– un saltimbanqui con mañas de trilero prestidigitador –Santiago Abascal-  decidido a presentarnos un juego de espejos y niebla, para hacernos creer que su partido es justo lo que no es.

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