Guerreros 2.0
Por Guillermo Uruñuela
Escuche aquí el audio del autor
Hace algo más de un año escribí un artículo y les invité, a través de estas páginas, a no tener hijos. Un texto tan leído como comentado; con tres churumbeles, muchos se dirigieron a mí con cara desconcertada. He leído tu columna y con lo que tienes en casa no parece que tenga mucho sentido, me comentó alguno. A lo que yo le contestaba con una dosis de ironía que precisamente por ese mismo motivo estaba facultado para opinar con conocimiento de causa.
Las reglas han cambiado mucho en las últimas décadas y hoy en día la infancia no se parece casi en nada a la que vivimos los de mi generación; mucho menos a la de nuestros progenitores. Todo es complejo, extremadamente dificultoso y enrevesado.
Por eso hoy quería enviar un mensaje de ánimo y reconocimiento a quien en estos momentos lea esta carta y se encuentre inmerso en ese momento vital en el que pequeños seres absorben todo su tiempo y energía.
Les resumo mi infancia que supongo que será similar a la de cualquiera de mi tiempo. Íbamos al colegio, jugábamos en el parque o en la cancha con una pelota y de vez en cuando hacíamos deberes. Los padres se limitaban, que no era poco, a mantenernos alimentados y limpios. Nos vestían, nos llevaban en coche y nos revisaban las notas dos veces al año si la cosa no iba mal. Con un sueldo se mantenía una familia de cuatro, cinco, seis o siete personas. Si retrocedemos en el tiempo, quizá hasta más individuos. Y no entraré en un debate sobre el machismo, sobre el papel más que sacrificado de las madres de antes ni nada que se le parezca. Sólo describo cómo era el mundo.
Hoy, ambos trabajan fuera de casa, para llevar dos sueldos que a duras pena soportan las exigencias económicas de la vida de tres o cuatro personas. Hay que hacer encaje de bolillos para organizar horarios laborales para asistir a las criaturas. Los padres de hoy corren por las calles para llegar a tiempo. Las tareas en etapa infantil exigen que el padre entre en un correo creado para un niño de cinco años al cual no sabe acceder. Hay que descargar un documento en una impresora que nunca tiene cartucho de tinta antes de crear la Sagrada Familia en relieve o un volcán con su erupción incluida.
Existen reuniones virtuales para conocer al detalle cómo tu hijo traza la “B”. Observamos cómo las pantallas les fríen los sesos, pero a su vez tienen que trabajar con tabletas y además ven a sus padres cómo están todo el día pegados a un celular. No existen pandillas callejeras para jugar porque en este mundo medio loco los padres tienen miedo y recluyen a sus hijos entre cuatro paredes. Nos dicen que no es aconsejable que beban leche, que el pan es malo, que la carne te mata, que los dulces generan cáncer. Uno ya no sabe qué coño dar de comer al niño. Antes, aparentemente era bueno estudiar y con ello te asegurarías un trabajo estable, pero hoy ves a gente en pijama en su casa jugando a la consola que se forra y licenciados que malviven. Ya dudas si será mejor que tu hijo se siente delante del ordenador como un despojo a hacer el imbécil. Les hablas de Víctor Hugo y te miran como si estuvieras loco. Cuando te das cuenta que no te hacen ni puñetero caso, abandonas la batalla. El nivel de vida ha subido tanto que el hecho de encontrar un alquiler aceptable es casi un logro. Cualquier cosa intrascendente debes tener cuidado que no choque con el enfoque radical de la vida y encaje en el discurso mayoritario instaurado.
En definitiva, aquel guerrero o guerrera (aquí quiero matizar, porque es para ellos y ellas) que lea este artículo y se sienta identificado, enhorabuena y suerte. La seguirá necesitando.