Guerracivilismo
Por Alex Solar
En vano es el empeño de encontrar la palabreja, compuesta de Guerra y Civil y con el apellido o gentilicio español, en la RAE. Pero la encontraremos a menudo en debates políticos y en la boca de nuestros próceres, como el flamante líder del PP, Pablo Casado. Que cuando habla de la “guerra de los abuelos” lo hace con conocimiento de causa, pues el suyo materno fue un republicano represaliado, con carné de la UGT , que escapó por los pelos del pelotón de fusilamiento y fue antifranquista hasta su muerte. Aprendemos, pues, que se puede venir de una prosapia de tradición antifascista y ser de derechas y bastante extrema como es el caso de este alevín popular convertido en tiburón, que viene con ganas de liquidar los avances en legislación del aborto, la eutanasia y quien sabe de qué mas. O sea, restaurar lo peor del legado fraguista y aznarista.
“Guerracivilismo” sería la tendencia a referirse de manera tautológica, repetitiva, contumaz y con espíritu revanchista , al conflicto que acabó con la victoria del llamado Frente Nacional liderado por el general golpista Francisco Franco Bahamonde. Y de este crimen se acusa desde Zapatero como promtor de la famosa ley hasta Sánchez, que intenta poner fin a los homenajes a la figura del dictador a través de la Fundación que lleva su nombre y por medio de la exhumación de los restos del Caudillo de su mausoleo. Un gesto y un gasto al que no se suscribe Pablo Casado, que ahorrativo dice que no se “gastaría un euro”. Pues que lo emplee en tomarse un café o en dárselo de limosna a un pobre de esos que hay que recortar en las fotos de los suyos.
José María Gironella, autor de varios libros sobre la Guerra Civil, y que no gustaron mucho al Ministro de Información y censura de entonces, Manuel Fraga Iribarne, escribió que uno de sus famosos personajes, figura principal de Los Cipreses creen en Dios, “lleva la guerra civil dentro de sí”. La obra, que unida a las otras muestra un fresco impresionante por su profundidad de la situación previa a la guerra, describe a otros personajes de bandos opuestos. Los anarquistas, que no creen sino en la acción por encima de otros valores, los republicanos moderados, los comunistas, todos ellos envueltos en la vorágine que convertirá a toda España en un colosal campo de batalla que terminará sembrado por un millón de muertos.
Sería bochornoso, triste pero no increíble, que tales situaciones comenzaran a erosionar la convivencia lograda tras la muerte del dictador. Sé por experiencia que quien ha vivido una dictadura no desea vivirla de nuevo y tal vez por eso los más viejos mantienen una actitud más serena que ciertos jóvenes que no la vivieron sino como una una anécdota entre los recuerdos familiares.
Cuando visité mi país, Chile, tras largos años de ausencia esperando el fin de la dictadura militar de Pinochet, me propuse mantenerme en una actitud ecuánime y no entrar en polémicas con la gente, entre ellos algunos familiares y amigos, que habían apoyado el régimen. Y así lo hice, reservándome el derecho a juzgar la evolución del país y sus gentes sin olvidar para nada los hechos del pasado. Aún hoy, que ha pasado casi medio siglo, puedo observar que la división que llevó a ese enfrentamiento persiste, pese a los Museos de la Memoria que recuerdan a las víctimas y a los juicios a los asesinos y torturadores, como ha ocurrido recientemente con los del cantautor comunista asesinado Víctor Jara. Jóvenes que nunca vivieron los hechos de 1973 han empuñado las armas y se enfrentan con una policía que tampoco participó en eso, cada aniversario del infausto golpe de estado. ¿Qué quiero decir? Pues que ni la memoria histórica ni la justicia son por sí solas capaces de desterrar el odio fratricida, el guerracivilismo y la intolerancia que divide, el odio que desangró a mi patria natal y esta mía adoptiva. Mala cosa es que la guerra civil vuelva a las bocas de todos, tanto de los que piensan que derribando símbolos van a suprimir la intolerancia como los que creen que el olvido sin justicia es el santo remedio. Al contrario, ya vemos el efecto que han tenido los anuncios del nuevo gobierno: bodas a tutiplén bajo la cruz que corona la lápida oprobiosa, llamadas a un nuevo “alzamiento” y hasta cínicos cuestionamientos a la democracia de algunos ultras que sostienen que no es el mejor sistema posible. Ojalá que al menos sirva para que se acabe de una vez por todas con las fosas olvidadas y que cada familia reciba los huesos de los suyos. Y que , al fin, la guerra descanse en paz, a la sombra de los cipreses de Gironella.