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Gobernar es de valientes

Antonio Salazar

 

 

Ahora que ya pasamos el virus electoral que nos inocularon y que nos ha dejado para el arrastre durante los primeros siete meses del año, so pena de tener que volver a las urnas,  es hora de tomar decisiones y ponerse a gobernar. Decía Milton Friedman que las políticas económicas deberían tomarse en los primeros ocho meses de mandato, al suponer dos ventajas importantes. Los votantes tenderían a olvidar su contrariedad dado el tiempo transcurrido y las consecuencias de sus virtudes serían observables en la misma legislatura. Cierto que Friedman no escribía para España; peor aún, siquiera para Canarias. Cualquier proyecto de medio pelo implica someterlo a una legislación soviética que si requiere de declaración de impacto ambiental verá pasar un largo periodo de tiempo antes de su puesta en marcha. Pongamos, por ejemplo, que un dirigente se presenta prometiendo arreglar las interminables colas automovilísticas de las carreteras, para lo que se plantea construir nuevas vías. Termina el mandato y no habrá empezado siquiera a hormigonar con lo que el elector estará enfadado y molesto con la mentira del político, retirándole su apoyo. Los tiempos de la burocracia no son de este planeta y para muchos conductores la vida es lo que ocurre en las horas en las que no están atrapados en embotellamientos que podrían arreglarse con valentía.

 

Admitamos que la valentía no cotiza hoy en día. Los políticos, maximizadores de votos, odian desairar a los electores aunque deban hacer lo correcto por miedo a perder las siguientes elecciones. Supone una falta grave porque todos damos por sentado que se presentan para arreglar problemas, no para crear nuevos. Ocurre, sin ir más lejos, con muchas de esas colas en las carreteras de doble vía donde siempre, indefectiblemente, hay un ciclista con ínfulas de Indurain retrasando el tráfico dada la imposibilidad del adelantamiento. Sería dable preguntar por las razones para que esto siga pasando, de un lado por los problemas de seguridad que para él mismo tiene esta actividad de riesgo, y del otro, por el problema en tiempos, combustibles y emisiones de vehículos que son obligados a ralentizar su marcha. Un dislate que habría sido corregido de no ser el impacto que estos deportistas suelen tener en las redes sociales.

 

También el miedo explica por que no se ataca un problema creciente en nuestras costas y espacios naturales como es el de las caravanas y campings. En cualquier sitio civilizado -repitamos, civilizado-, los campistas no pueden instalarse más que a una distancia prudencial de zonas habitadas, no está permitido pasar más de dos noches en el mismo sitio y, por supuesto, deben dejarlo todo en el estado que lo encontraban -a fuer de ser sinceros, esto último se consigue porque nadie recoge nada y el estercolero se ha consolidado-.

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