¡¡Estaba de parranda!!
Francisco Pomares
El día 31 concluye el período de Presidencia española de la Unión, que Sánchez iba a convertir en un antes y después de su proyección planetaria. La cumbre europea de Bruselas, con el bloqueo del prorruso húngaro Viktor Orbán a la ampliación del presupuesto europeo para financiar la resistencia de Ucrania, aceptada finalmente como candidata a la integración, supone el último de los claroscuros de una presidencia contaminada por las servidumbres de la política nacional de Sánchez y por dos errores diplomáticos de largo recorrido: uno, convertirse en propagandista internacional de las críticas a la brutal respuesta israelí al asesinato masivo de octubre (un asunto que suscitó el rechazo de una mayoría de líderes europeos e impidió en esta última cumbre la aprobación de un documento conjunto pidiendo un nuevo alto el fuego en Gaza), y otra, la agresividad de Sánchez contra el presidente del Partido Popular Europeo y su torpísima identificación de la Democracia Cristiana alemana como deudora del nazismo, palabras mayores.
Sánchez puede jugar la carta de la radicalización en España, donde controla los medios públicos de comunicación y un gigantesco aparato de persuasión que le presenta luego como la única posibilidad de una política moderada. Pero el efecto en Europa de sus lances ha sido devastador para una Presidencia que incluso sus partidarios consideran poco lucida.
El presidente Sánchez parece instalado en una galopada hacia adelante, que implica la legitimación de lo que media España considera ilegitimable, en la que la entrega de Pamplona a los herederos políticos de ETA, o el encuentro político con el prófugo Puigdemont –al que ya vimos junto a Sánchez en la inevitable foto del Parlamento Europeo- son sólo una parte del vía crucis que suponen los inminentes procesos electorales a los que han de enfrentarse su partido y sus socios y adversarios.
La primera de las estaciones de ese vía crucis son las elecciones gallegas, a celebrar en el primer trimestre. Aún no está decidida la fecha, pero este sábado se produjo el primer desembarco de líderes nacionales en Galicia, con la novedad de la izquierda a la izquierda del PSOE dividida en tres bloques probablemente irreconciliables. Hoy no hay representación ni de Sumar ni de Podemos en Galicia, y todo el espacio a la izquierda del PSOE lo controlan los nacionalistas del BNG. Pedro Sánchez y Yolanda Díaz coincidieron casualmente en su visita, aunque eligieron La Coruña él y Santiago ella, para afirmar un discurso idéntico: que 2024 será el año en el que la izquierda desalojará al PP en Galicia. La candidata del Bloque, elegida hace apenas unos días, ha preferido marcar distancia con los visitantes y ha sido crítica con ellos: “ni tienen proyecto para este país ni les interesa”. En cuanto a Podemos, ellos no piensan en Galicia, donde se estamparon hace tiempo: con la cabeza puesta en las elecciones europeas, el próximo 9 de junio, segunda estación tras las gallegas de sufrimiento para Sánchez, y primera ocasión de Iglesias para demostrar que Sumar -sin ellos dentro-, es puro artificio, discurso y relato, una fuerza creada por el sanchismo para poder derechizar sus políticas.
La obsesión de Iglesias es repetir su proeza europea de 2014, ahora con su pareja, Irene Montero, de cabeza de cartel, justo diez años después de que naciera en unas elecciones europeas el movimiento morado. Para Podemos, es la ocasión de demostrar que no ha muerto, que en realidad han sido sus votos los que han sostenido la operación de Sumar, y que en las Europeas, donde se cuentan todos los votos en una única circunscripción, sin poner en riesgo los gobiernos de la izquierda en municipios o regiones, va a quedar claro que Sumar es un fraude, un espejismo. Que son los votos de Podemos los que cuentan, no los de la marca blanca del PSOE.
Se trata de una apuesta muy arriesgada, al estilo Iglesias, pero Podemos congregó el sábado a millar y medio de personas en una sala del Palacio de la Prensa de Madrid. Sólo consiguió entrar la tercera parte, los otros esperaron fuera, coreando con los de dentro la canción de Peret “no estaba muerto”, entre risas y aplausos. Esa es la gran duda: si Podemos estaba muerto o de parranda. Y no es un asunto que afecte sólo a Podemos. Si el partido de Iglesias sólo estaba de parranda, y logra resucitar en estas Europeas, hay muchas cosas que pueden cambiar en la política española.
La pregunta es si Iglesias, que quiere integrar un frente con las izquierdas nacionalistas, será capaz de conseguirlo. Si logra revivir el muerto después de estos años de forzada institucionalización contra natura, Sánchez se enfrentará a otro cisne negro, en el estanque de cisnes negros que va a ser la política española esta legislatura imposible.