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Empatía dentro y fuera

Francisco Pomares

 

Dentro, Cristina Narbona aprovechó haber sido elegida por ser la más vieja –nació en el 51, que ya son años- para soltar un florido discursete sobre las siete virtudes, que sólo crecen al amparo y bajo la protección de los de ella. Fue bastante extraño escuchar un riquirraca político a una presidenta de Mesa de edad, y además que resultara tan woke todo. Lo más asombroso fueron sus alabanzas a la empatía como octava virtud teologal, en una mañana en la que ni siquiera quienes hicieron con su voto a Francina Armengol árbitro de los próximos días, tuvieron la educación de aplaudirla. Pero la buena educación es un concepto arcaico, lo que ahora cuenta es la empatía. Por ejemplo, la enorme empatía del futuro nuevo Gobierno con el señor exiliado en Waterloo, perseguido durante años por un Gobierno de delincuentes y una justicia entregada.

 

Fuera, como era de esperar empezó sin demora la catarata de empatía, con unas espontaneas declaraciones del ministro Alvares: reconociendo –de forma explícita y en sus propias palabras- que lo hacía como parte de las contrapartidas que debe abonar el PSOE en la negociación para lograr la investidura de Sánchez, el ministro en funciones de Asuntos Exteriores (y de la Unión Europea y Cooperación, se llama ahora) anunció que ha mandado él personalmente, en su calidad de “ministro de la Unión Europea” una carta al presidente de la Unión Europea, que –casualmente- resulta ser el mismo Pedro Sánchez, para que la Unión proceda a modificar el reglamento 1-58, que es el que regula el régimen lingüístico de la Unión, y se consideren a partir de ahora nuevos idiomas oficiales el catalán, el vasco y el gallego. El ministro le pide al presidente que este haga lo que el presidente ha pactado hacer. No sé cómo se tomarán en Europa estos florilegios.

 

Es sólo una de las ocurrencias (caras e inútiles ocurrencias, si me permiten el apunte) del acuerdo entre el PSOE y Puigdemont, que incluye varias modificaciones del reglamento del Parlamento: una es que –clonando la ocurrencia anterior- en el Congreso y el Senado se utilicen los tres idiomas cooficiales en el mismo rango que el castellano –la Constitución los define como cooficiales sólo en Cataluña, País Vasco y Galicia-; y otra modificación es para que Esquerra, Junts y Bildu puedan, a pesar de no haber logrado cumplir con lo que señala el reglamento, contar con la empatía del resto de los grupos para disponer de grupo propio. La broma le supone al Estado un coste total superior al millón de euros, que ingresaran los partidos secesionistas por la jerola. Dirán ustedes que es el chocolate del loro, pero yo creo que con un millón de euros da para mucho chocolate.

 

A fe mía que comprar el voto de un grupo político dándole pasta pública al propio grupo debiera juzgarse como una pura y dura malversación de recursos públicos, cuando no como soborno. Pero se trata de una práctica absolutamente habitual, se hace en todos lados, y por todos: a Curbelo le regalaron también el PSOE, Podemos y Nueva Canarias su propio grupo parlamentario, por cierto, que el regalo se lo hicieron los mismos que tantos aspavientos dedicaban antes al clientelismo y caciquismo de Curbelo en La Gomera. Pero si la mayoría parlamentaria impone una decisión, y se vota, deja de ser malversación, para convertirse también en palabra sagrada.

 

A estos asuntos cosméticos, la pasta y la palabra sagrada, hay que añadir el pago real y verdadero que hay que hacer para contar con el prófugo de Waterloo como fiel de la babaza del poder en España. Que son la amnistía ahora y el referéndum luego. La fórmula utilizada para plantear lo de la amnistía a más de 3.000 personas incursas en delitos no sólo de carácter político, sino de otro orden, es que el PSOE –la basca oficial y sus conmilitones ya comenzaron a referirse a la amnistía como ‘el reencuentro’- se abstenga de bloquear la iniciativa legal de amnistía que presentarán los partidos secesionistas. Pero no se trata de que Sánchez se abstenga, no. Con eso no sale. Tendrá que votar a favor de una amnistía que le regala a Puigdemont la victoria tras el referéndum, y significa el reconocimiento del Gobierno y sus colegas de que la Justicia española no es democrática. Después de las próximas elecciones catalanas, con Puigdemont de candidato a la Presidencia de esa República catalana por la que ayer prometieron algunos diputados sus cargos, cuando Junts se cobre en resultados su victoria sobre España y sus botiflers, quizá Sánchez se arrepienta. O no: Sánchez no se arrepiente nunca de nada.

 

Aviso para navegantes: estén muy atentos a lo que viene tras la amnistía, que es el referéndum. Será una consulta muy empática. A ver si nos invitan a votar a todos los españoles. 

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