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El tren nuestro de nunca acabar

Francisco Pomares

 

El debate sobre la viabilidad del tren de Tenerife no es un asunto reciente. Ni su reiterado bloqueo responsabilidad exclusiva de esta administración. Durante años se ha hablado de la conveniencia -incluso necesidad- de contar con tren en la isla, por unos motivos o por otros: con el anuncio de la llegada de fondos europeos en cascada durante la pandemia, el Cabildo tinerfeño –una parte, al menos- volvió a sacar de paseo la querencia, provocando una creciente falta de sintonía de Pedro Martín y Enrique Arriaga con Podemos, que finalmente, a pesar de ceder retirando de los presupuestos el tren al Sur, se saldó con la decisión de los representantes insulares del partido morado de no apoyar las cuentas cabildicias, y eso a pesar de que el tren ya había sido excluido.

 

Puede parecer chocante o curioso, pero el bloqueo del tren parece ser una constante histórica en la isla. Tenerife y el resto de Canarias carecen de trenes porque –a pesar de la intención temprana de los Cabildos de Tenerife y de Gran Canaria de ponerlos en funcionamiento- las autoridades insulares nunca consideraron prioritaria su utilidad para el transporte, en un territorio –el de las dos grandes islas- donde no existen grandes distancias. Sin embargo, los proyectos para poner en marcha un transporte guiado llevan dos siglos moviéndose por las administraciones canarias: antes del comienzo del siglo XX, entre 1887 y 1895, se llegaron a proponer diferentes proyectos de trazado de ferrocarril en Tenerife, partiendo de la capital.

 

El 31 de marzo de 1905, un Real Decreto establecía el plan de ferrocarriles secundarios de España, donde figuraba el de Tenerife, con un recorrido previsto desde Santa Cruz a la ciudad de La Orotava. Es obvio que no llegó nunca a materializarse, entre otras cosas porque siete años después, -ya en 1912- se propuso desde Tenerife la construcción de un tren estratégico que debía circular alrededor de toda la isla. Tres años más tarde, ante la dificultad de sacar adelante ese proyecto, que requería de una gigantesca inversión en la perforación de túneles, el Cabildo Insular aprobó una moción proponiendo reducir el anterior proyecto, que planteaba dotar a la isla de un tren con dos líneas, una por el Norte hasta Buenavista y otra hasta Güímar por el Sur.

 

En 1921, el Cabildo entendió que lo del tren no iba a llegar nunca, y optó entonces por comprar el tranvía de propiedad privada que unía la capital con Tacoronte. Se tardaron hasta seis años en materializar la compra definitiva, que se produjo en marzo de 1927, y que –según el expediente de adquisición aprobado- contemplaba la operación como un primer paso para la construcción de una línea férrea que uniera la capital con el Norte y con el Sur. Hasta 1931, la primera fase del proyecto no fue respaldada por el ministerio de Fomento, con la aprobación de otro Real Decreto que aprobaba un proyecto de Ferrocarril entre Santa Cruza de Tenerife y el puerto de Garachico, redactado por los ingenieros Juan Rumeu y Blas Cabrera Tophan. Rumeu, alma mater del proyecto, constituyo en Madrid la sociedad anónima Ferrocarriles de Tenerife –FETSA- con un capital de 15 millones de pesetas, unos 9.000 euros actuales. El proyecto no llegó nunca a materializarse, a pesar de la promesa reiterada de las autoridades republicanas de dotarlo económicamente. En el 36, poco antes del inicio de la Guerra Civil, el Cabildo hizo cuentas y llegó a la conclusión de que el transporte sobre raíles no sería nunca rentable en Tenerife. De hecho, la administración propietaria del tranvía, el propio Cabildo, decidió que sus pérdidas de explotación habían sido tan cuantiosas desde su puesta en marcha, que era mejor no sostener el tranvía por más tiempo. Se cerró el servicio y se asfaltaron las calles por encima de sus raíles, y nadie volvió a hablar de trenes o tranvías hasta los años del despertar turístico, en los que un grupo de ingenieros propuso al Cabildo el trazado de un ferrocarril elevado que uniera la capital con los destinos turísticos y que discurriera colgado de pilares y pegado a la autopista. Parecía un proyecto sugestivo, sobre todo por su modernidad, pero nadie le prestó demasiada atención entonces, a pesar de que su trazado –ahora para un tren de cercanías sobre rieles- fue rescatado más tarde por el Cabildo y es el proyecto del que se supone que estaríamos hablando si no se hubiera sacrificado.

 

Esta vez para conseguir unos votos de Podemos con los que aprobar los Presupuestos del 2023. Al final tuvo que aportar los votos el PP.

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