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El juicio final ya ocurrió

Por Álex Solar

 


Si el Siglo XX fue un “cambalache problemático y febril”, como pensaba Enrique Santos Discépolo en 1934, el XXI es el siglo de los horrores o mejor, “El Siglo de los Necios”. Comienza con el atentado a las torres gemelas, que aún sigue en entredicho por los eternos conspiranoicos que lo cuestionan en el sacrosanto You Tube (invento infernal y necio donde los haya) y sigue avanzando hacia el absurdo con los atentados que no cesan y los asesinatos de policías en Estados Unidos. Entremedio, masas enfervorizadas con la tecnología, enganchados a la caza de “monstruitos virtuales” que les hace tropezar contra las farolas y poner en riesgo su vida al cruzar la calle. Pokemon gana la partida.

 

Cuando empezó la fiebre de los teléfonos móviles, Umberto Eco en sus Diarios Mínimos publicados en la prensa italiana ironizó que , si bien eran un avance y una ayuda para personas con discapacidades o enfermas (también para los adúlteros), es decir un benéfico instrumento, había categorías de riesgo: aquellas personas que “no pueden ir a ninguna parte si no tienen la posibilidad de charlar de frivolidades con amigos y parientes que acaban de dejar”, porque no son capaces de disfrutar su propia soledad ni la lejanía de los suyos después de haber gozado de su proximidad. El WhatsApp ha venido a remachar esta supina idiocia y a veces los miembros de una familia se envían mensajes dentro del hogar, porque los chicos están bajo siete llaves en sus habitaciones con sus aparatitos tecnológicos y los adultos no se atreven a tocarles la puerta.

 

El teléfono móvil es la gran estafa y la mayor amenaza contra nuestra libertad y privacidad, pues nos obliga a estar siempre localizables y nos relega a una marginación social sin precedentes. Los muy ricos y poderosos de este mundo rara vez sufren esta esclavitud, para eso tienen a sus asistentes que le susurran al oído si pasa algo importante o les niegan ante los importunos que les llaman.

 

El escritor Enrique Vila Matas me engancha con sus novelas que parecen pesadillas, porque en ellas se palpa la inconsistencia y el fracaso universal. Nuestras vidas infra-leves, como dice en “Aire de Dylan”. En ella, el Juicio Final ya ha ocurrido, fue en Barcelona en los años 60. Una nube de polvo paralizó a los viandantes y se entreabrieron fugazmente las puertas del Infierno. No me cabe la menor duda de que ya vivimos en él, basta con encender la maldita caja, entre el desayuno y el último telediario. O entre el primer mensaje del móvil y el último tuit del odio.

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