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El éxito (y lo que haga falta)

Francisco Pomares

 

El Gobierno regional se felicita por los buenos datos de crecimiento y empleo de las islas. Canarias y Baleares crecerán en 2023 por encima de la media española, con Canarias en segundo lugar en ambas magnitudes. Todo un éxito, nos dicen. Y es verdad, sería una extraordinaria noticia si esta región no partiera de los peores datos de caída del PIB y desempleo durante la pandemia. La fanfarria que ahora se organiza para celebrar esta recuperación es más falsa que un billete de veinticinco euros: Canarias y Baleares crecen ahora más y crean más empleo sencillamente porque en 2020 y 2021 el desplome del PIB por la brutal caída del turismo colocó a ambas regiones en el pozo negro de la economía española, y además provoco la pérdida de miles de empleos, muy por encima de la que sufrieron en términos porcentuales economías regionales con mayor peso de la agricultura o la industria. Si ahora nos adelantamos es porque la economía española normaliza sus parámetros y nosotros actualizamos más rápido, porque vamos con mucho retraso.

 

Por supuesto que lo que está ocurriendo no es un mérito del Gobierno, ni siquiera de nuestros agentes económicos: es la consecuencia inevitable de cómo funciona una economía básicamente turística y terciarizada como la nuestra. Hemos tenido que esperar a que otras regiones despeguen para recuperar nuestra principal actividad, y ahora lo hacemos más rápido. Pero cuando llegue el final de esta carrera, Canarias seguirá situada –en lo que a PIB y empleo se refiere- en el mismo final de la cola, donde estaba cuando empezó esto. Todos saben que esa es la realidad, pero para el Gobierno, en año electoral, se trata de presentar resultados, y los resultados parecen mejores fuera de su contexto temporal o su análisis por territorios.

 

Frente al autoaplauso por este despegue de la economía y el empleo, quizá resulten útiles algunas reflexiones: por ejemplo, sobre el empleo creado en los dos últimos años en las islas, resulta que casi la mitad es empleo público. A los gobiernos les cuesta gastar el dinero en inversiones productivas, pero saben cómo pulirse rápidamente hasta el último euro en contratación de personal. La creación de empleo público es el más seguro y eficaz mecanismo clientelar para garantizar fidelidad política de los agraciados. Y a los gobiernos les resulta muy fácil justificarlo, porque nunca hay bastante personal para solucionar los problemas de la gente… ¿No se presentan los proyectos Next Generation? ¡Falta personal especializado!; ¿Se deja suelto en Arrecife a un presunto asesino de su mujer? ¡Es porque no hay personal en los juzgados!; ¿Las listas de espera se eternizan? ¡¡Necesitamos más enfermeros, médicos, comadronas!!; ¿No se resuelve la Dependencia? ¡¡Contratemos gente!!; ¿La función pública sigue confinada dos días de cada cinco? ¡¡¡Más madera!!!

 

Y luego está lo del crecimiento del PIB. Con estos datos vamos a acabar creyendo que somos la región puntera del país. Pero tras las estadísticas sin contexto, viene el cribado de la realidad: ayer mismo, mientras se anunciaba nuestro liderazgo en creación riqueza, este periódico revelaba que 60.000 familias andan con juicios rápidos en los tribunales por impago de las deudas contraídas con tarjetas revolving, que han destruido la economía doméstica de decenas de miles de personas. ¿Puede una sociedad que lidera el crecimiento en riqueza de todo el país explicarse con un 40 por ciento de pobres? ¿Y con 60.000 familias atrapadas en ese usurero cepo plástico para inocentes y necesitados?

 

Esta región está volviendo más tarde que todas las demás a nuestros datos económicos de partida, vitaminando la creación de empleo con casi 40.000 empleos nuevos en el sector público. No son sólo médicos, policías y maestras. Muchos de los nuevos contratos son para empleos en la administración general, que harán que nuestra administración sea más burocratizada, más gravosa y probablemente más improductiva en términos de coste a la ciudadanía. Más ineficaz.

 

Hay quien dice que soy un cascarrabias, incapaz de celebrar los éxitos de quien manda. No es cierto: aplaudiría ahora mismo con las orejas a un Gobierno que redujera sustancialmente la pobreza, parara el desparpajo con que se desparrama la desigualdad social, o lograra mejorar la eficacia de la gestión administrativa. Pero estoy harto de éxitos tramposos que sólo existen en los discursos políticos, sobre el papel y en las pantallas de una tele domesticada y servil.

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