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El día después

 

Francisco Pomares

 

Dos estrategias han movido el debate público sobre estas elecciones europeas: una, alimentada desde el principio por el PP, era la de convertir el proceso en un plebiscito sobre Pedro Sánchez, sus políticas y su agotador sometimiento al independentismo catalán. Piensan en el PP que el personal está hasta las campanillas de Sánchez y de las matonadas y desplantes de los indepes catalanes, pero quizá no sea para tanto. Por eso, los acontecimientos de los últimos días, especialmente los vinculados al ‘caso Begoña’, han colocado al PP en una posición de extraordinaria beligerancia, en la percepción de que es “ahora o nunca”. Feijóo se ha desmelenado más de lo que suele, ha reclamado para sí el voto de Vox y al mismo tiempo el de los socialistas de centroizquierda, convencido de que hay que ganar a Sánchez como sea, y de que este es el momento.

 

La estrategia de Sánchez ha sido radicalmente distinta. Comenzó culebreando sobre el creciente avance de la ultraderecha en Europa, presentándose como el muro de contención que logrará frenarla desde España, y reclamando el voto de todas las izquierdas. Para lograrlo, ha mezclado en el mismo saco a Vóx, al fenómeno Alvise Pérez, un outsider que ni se ha molestado en dar un mitin, y al PP, porque todo lo que está a la derecha de Sánchez –excepto si es independentista- le merece la misma consideración: es fascismo, o le hace el juego al fascismo. Sorprendentemente, ese argumento de extraordinaria zafiedad le resultó muy útil en las elecciones catalanas, convirtiendo a un partido xenófobo –el que lidera Puigdemont-  en la segunda fuerza política del Principado, y en la primera entre los secesionistas. Sánchez quiso exportar el argumento al conjunto de España, y quizá le habría dado mejores resultados si en pleno proceso de las elecciones, el caso de su mujer, Begoña Gómez, no se hubiera convertido en uno de los asuntos centrales de la campaña, superando incluso las arriesgadas apuestas del PSOE (o de Sánchez) en política internacional: a saber, entrega del polisario, bandazos sobre Ucrania hasta que le tiró de las orejas quien podía hacerlo, y reconocimiento impostado y en clave electoral de Palestina. Las vicisitudes de Begoña se instalaron en el centro de la política española, y Sánchez soñó con repetir su hazaña en las elecciones catalanas, tirando de sus recetas de siempre, división, frentismo y crispación, a las que ahora ha añadido el toque emocional del hombre perdidamente enamorado de su captadora de fondos. Ya veremos cómo le sale: no siempre funcionan bien las segundas partes.

 

Para que el PP se declare ganador en unas elecciones normales, bastaría con sacar más votos que el siguiente. Pero estas no son unas elecciones normales. Ya no hay elecciones normales. El PP puede sacar el doble de diputados, un par de ellos más que el PSOE, incluso, y el PSOE bajar en relación con las elecciones europeas de 2019, y aún así ganar las elecciones. Quienes conocen han establecido que el PSOE y Sánchez podrán presumir y sacar pecho si se produce “un empate técnico”. Un empate con una diferencia de “solo” uno o dos puntos. Eso no es exactamente un empate, pero Sánchez cuenta con maquinaria mediática para presentarlo como tal si se ocurre este domingo, aunque un empate suponga que el PP duplique sus resultados de 2019, y que el PSOE pierda parte de sus sufragios. La hora después de las elecciones, cuando se conozcan los resultados, la pelea va a ser quien ocupa más espacio en los noticieros, y encaja mejor su relato en ese espacio. Esa noche tendremos un vencedor y un perdedor, por segunda vez –como ocurrió tras las últimas elecciones generales-, y no será necesariamente en función de los hechos.

 

¿Y el día después? El día después va a quedar marcado por lo que –de nuevo- ocurra en la Cataluña pacificada por las políticas sanchistas, el diálogo, el indulto, la modificación del Código Penal, la condonación de la deuda, la entrega de Rodalíes, las negociaciones en Bruselas y Ginebra, los supervisores internacionales y la amnistía. El día después Esquerra y Junts y la CUP y el partido xenófobo Aliança Catalana se pasarán por el arco de triunfo la decisión del Constitucional de no permitir el voto telemático, e impondrán al Parlamento una mesa secesionista, que permita volver a desafiar al Estado, un estado que –ocurra lo que ocurra el día antes- los indepes tienen perfectamente agarrado por la entrepierna. Quizá no ese día, sino algunos después, Sánchez cambie nuevamente de opinión y reconsidere si Moncloa vale tanto como colocar a Puigdfemont en la presidencia de la Generalitat y aceptar un referéndum. Y que ocurra que los socialistas catalanes se lo permitan, como los socialistas españoles le dejaron -como un solo hombre- aprobar la amnistía. Y sin rechistar.

 

El día después seguirá todo igual. Y si –no lo quiera Dios- condenan a Begoña, también seguirá todo igual. Todo va a seguir igual mientras Sánchez siga. Eso sí, tendremos quizá más sentidas epístolas.

 

 

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