El destrozo
Francisco Pomares
En pocas ocasiones ha sido tan evidente el error de una estrategia política como en estos comicios gallegos, marcados por uno de los mayores esfuerzos de propaganda realizados en la historia de la democracia española por revertir los resultados electorales. En los últimos días todo el país –y cada uno de los diputados europeos- ha sido bombardeado por una intensa campaña mediática –en la que Ferraz se ha volcado mucho más de lo que lo ha hecho en las elecciones gallegas- destinada a dar la vuelta a las declaraciones más que razonables de Núñez Feijóo, sobre la imposibilidad de un indulto o una amnistía sin previa aceptación de los indultados/amnistiados de que no se reincidirá en el delito. Quizá desconociendo que el voto en Galicia se mueve fundamentalmente por parámetros locales, el PSOE puso toda la carne en el asador en el esfuerzo de deteriorar la imagen de Feijóo ante sus votantes, a la espera de que los más conservadores optaran por votar a Vox, dividiendo el voto de la derecha para hacer imposible una mayoría absoluta de Alfonso Rueda.
En un intento consciente de radicalizar las elecciones, Sánchez decidió igualmente apostar por la concentración del voto de izquierdas –“lo importante no es la posición del PSOE, lo importante es sumar”- abandonando al Partido Socialista de Galicia a su suerte. Ambas decisiones han provocado una derrota histórica del socialismo gallego, con los peores resultados jamás cosechados.
El hundimiento del PSOE en las cuatro circunscripciones gallegas va parejo al espectacular crecimiento de un partido –el BNG- que apuesta por la autodeterminación y aspira a sacar España de Galicia. Los votos perdidos por el PSOE, más la suma de los 50.000 votos que –sin lograr diputado alguno- tuvo Podemos en 2020, no han apuntalado la opción de Yolanda Díaz, sino que se han sumado a un partido que se sitúa políticamente entre Esquerra y Bildu.
La estrategia de Sánchez ha destruido en Galicia a los dos partidos que sostienen su gobierno en Madrid. El PSOE ha perdido cinco diputados, bajando de 14 a 9, y Sumar no ha conseguido colocar siquiera uno, algo que resulta especialmente relevante, teniendo en cuenta que Yolanda Díaz es gallega, y gran parte de su trayectoria política se produjo como diputada en Santiago.
Pero esa voladura dirigida es mala sólo para la izquierda nacional, y sólo en términos políticos. Lo peor de la estrategia sanchista es hacer ya imposible aquél espíritu que atribuía a los dos grandes partidos nacionales la voluntad de conservación de la unidad territorial del Estado. Si no era suficiente con el problema catalán y el problema vasco, a partir de ahora la política nacional se enfrentará en el futuro también al problema gallego: el de una región que vota a la derecha, y cuya oposición interna quiere sacar España de Galicia. Más radicalización, más griterío y enfrentamiento irreconciliable, los clásicos del manual del superviviente.
En cuanto al PP, ha tenido un éxito incuestionable: revalida por quinta vez el Gobierno de la Xunta, y con una participación masiva, que los medios consideraban favorecería a la izquierda. Además, aunque ha perdido dos escaños en relación con las elecciones de 2020, cuenta con una holgada mayoría absoluta que se sostiene en tener tres diputados más que el resto de la cámara –sin contar el diputado de Democracia Ourensana, un partido populista de derechas- y la friolera de más de 700.000 votos, 80.000 más que hace cuatro años. Y eso antes de contar el voto gallego del exterior, que siempre ha apoyado al PP.
Si alguien creía que estas elecciones supondrían el entierro de Feijóo, probablemente se equivocó de muerto. El PP ha logrado sobrevivir incluso a la candidez de su líder al esperar de algunos de los periodistas a los que invitó a un off the record, un tratamiento razonable de sus declaraciones, y ha aguantado sin efectos una campaña absolutamente vil y falsaria, sólo superada por la protagonizada en las elecciones de marzo de 2004 por el PP, cuando desde Moncloa se atribuyó la salvajada de Atocha a ETA. La mentira no siempre gana.
Los que convirtieron esta campaña en un plesbicito sobre el liderazgo de Feijóo, han recibido un buen varapalo. Pero eso es pasajero. El hundimiento del socialismo en Galicia y su sustitución por un partido indepe, sea o no reflejo de lo que puede esperarse que le ocurra al PSOE en estos años de presidencia sanchista, es un drama para el país. El hundimiento de la izquierda que aún se define como constitucional en los tres territorios con lengua propia -donde más fuerte ha prendido siempre a lo largo de nuestra historia la tendencia a la centrifugación-, es sin duda una pésima noticia para quienes creemos en la vigencia del proyecto nacional de España. A ver como se arregla algún día este destrozo.