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El circo majorero

  • Francisco Pomares
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    Tras la expulsión de los consejeros de Coalición Canaria del Cabildo de Fuerteventura, y la posterior renuncia de los del PP, ocurrida anteayer, el presidente majorero Sergio Lloret se ha quedado con el apoyo de un único consejero. Probablemente sea este el caso más llamativo de minoría gobernante (lo de gobernante es un decir) en una corporación local canaria.

     

    El cese de los consejeros de Coalición se produjo el pasado 13 de diciembre por decisión personal del presidente del Cabildo, sin consultar siquiera a sus socios del PP, por oponerse los nacionalistas al proyecto del presidente majorero de avalar con la declaración de interés insular un parque temático –Dreamland– con centro comercial incluido. Lloret declaró tras cesar a los consejeros nacionalistas que el verdadero motivo de echarlos del grupo de gobierno no era ese, sino el voto de Coalición en un consejo cabildicio días antes, oponiéndose a la compra de suelo a Gestur en la urbanización La Cerquita de Antigua. No parece muy probable que esa fuera el motivo de la destitución, porque lo que tiene al presidente del Cabildo bastante revuelto es la dificultad de cumplir su compromiso con Dreamland. Con la decisión de cortar con Coalición, adoptada sin tener el apoyo explícito del PP, Lloret se encontró con el apoyo (teórico) de solo seis consejeros, él incluido, de los 23 electos. El jueves los del PP le hicieron un cortés corte de mangas y lo dejaron sólo con el voto de su colega de partido, Juan Nicolás Cabrera.

     

    Nadie entiende muy bien que es lo que ha pasado realmente en el Cabildo, pero lo de los líos de Lloret viene de antiguo: ya se había cargado en abril de 2021 a su compañera Sandra Domínguez, que había sido presidenta del partido, llevaba Ordenación del Territorio, y mantuvo al ser cesada un aguerrido intercambio de guasaps con el presidente que fueron filtrados a los medios y no dejaron a nadie muy bien parado. Para justificar la salida de doña Sandra, que también había dejado poco antes el grupo de Nueva Canarias en el Parlamento regional, Lloret dijo que ella conspiraba para sacarlo de la presidencia, un argumento similar al esgrimido para justificar el cese de los consejeros coalicioneros. La consejera Domínguez dio otra versión distinta: que la habían cesado como responsable de urbanismo porque Lloret quería que apoyara decisiones en materia de planificación y gestión urbanística que ella no estaba dispuesta a aceptar. Probablemente lo que provocó el cese de la que había sido presidenta del partido fue su decisión de no abandonar el Parlamento, como –según aseguran Lloret y Nueva Canarias- se había comprometido a hacer si el consejero del cabildo Alejandro Jorge, que era cabeza de lista en la candidatura conjunta de AMF y Nueva Canarias, renunciaba a su acta, para que Lloret, pudiera convertirse en presidente. Eso fue tras la renuncia del socialista Blas Acosta, que se produjo por problemas judiciales ya hoy despejados.

     

    La verdad es que la historia daría vértigo si no diera un poco de repelús. Es bastante representativa del despiporre con el que muchos cargos públicos utilizan en su propio interés y provecho las actas que ocupan.   

           

    La cosa ahora, tras la espantada también del PP, es que Manuel Domínguez –el presidente regional- ha adelantado que estudia presentar una moción de censura en el Cabildo, y pidió a Coalición y el PSOE buscar fórmulas para logar “la estabilidad en el gobierno”. El presidente del PP, que es un personaje bastante prudente y morigerado, al que rara vez se le calienta el pico, ha calificado lo que ocurre en el Cabildo de “circo”, y ha dicho que aunque resulte poco razonable una moción de censura a pocos meses de las elecciones, probablemente es ya la única salida posible, dado que en la presidencia “hay un señor que se ha proclamado autopoderoso” y ejerce con “el ordeno y mando” para que se aprueben “asuntos que el PP no comparte”.    

         

    ¿Tendrá Fuerteventura tres presidentes en un periodo de mandato? Probablemente. Manuel Domínguez tiene razón: todo esto es propio de un circo.

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