El cambio
Por Guillermo Uruñuela
Hace años, paseándome por la Universidad, llegué por casualidad a la figura de Hunter S. Thompson, que en aquel entonces me cautivó. De él me guardé una cita que no deja de ser un órdago al destino y plantea al que la lee una pregunta sin respuesta. Se cuestionaba qué hombre era más feliz; el que se había sentado en la orilla a mirar la tormenta o aquel que se había enfrentado a ella y había sido capaz de vencerla.
Seguramente todo ello tenga mucho que ver con una término muy utilizado en los tiempos cambiantes por los que erramos. “La zona de confort”. Y claro, llegados a este punto subyacen cientos de caminos paralelos, interrogantes indescifrables y rompecabezas sin solución. Cuando uno se halla en una situación X, la que sea, laboral, personal, sentimental, familiar, deportiva o de cualquier otra índole, encuentra después de un tiempo determinado la estabilidad. A priori este término es positivo y si a la gran mayoría le preguntan si la quieren alcanzar seguramente todos contesten que sí. O no, alguno dirá que no. Porque como todo en esta vida, la elección correcta no existe y lo que es bueno para uno no lo es para el otro. Incluso para un mismo ser, la determinación que le empuja en un momento concreto puede que se desvanezca y, años después, sean otras fuerzas las que muevan su agujas. Por monotonía, por rutina o por hastío. Por lo que sea. Porque hoy somos, ayer fuimos y mañana seremos. Siempre los mismos aparentemente. Sin embargo, nadie permanece estático; a fin de cuentas somos cambio. Evolución o involución constante. Nos guste o no. Aferrarse a otra idea es equivocarse y no aceptar de qué va esto.
Y el permanecer en la zona confortable o salir de ella es una decisión complicada porque además, está estudiado, que el cerebro del ser humano casi siempre se plantea los escenarios más complejos y devastadores cuando vamos a dar un paso. Y también se ha probado que en el 90% de los hechos que imaginamos no se desarrollan de esa manera tremendista que proyecta nuestra mente.
Estoy en un trabajo que ni me llena ni me genera nada; más allá de aportar una nómina. Eso me da tranquilidad. Si surge una nueva oportunidad más ambiciosa, que me apasiona, qué es lo correcto. En ese punto es donde aparece el miedo, la responsabilidad, la ansiedad del error. Existen factores externos que siempre simplifican las cosas. por eso, muchos agradecen ese empujón ajeno para seguir adelante. Que le despidan, por ejemplo. Miles de historias se han escrito en base a la suerte que tuve en su día cuando… y lo que asumes como un mazazo en un presente, cuando lo miras desde el futuro te das cuenta que fue una bendición.
¿Es mejor sentarse en la orilla a esperar o tirarse de cabeza contra la tormenta? Lo cierto es que no lo sé. Nadie lo sabe. Ni el que está en la playa mirando los nubarrones. Quizá dependerá del resultado. El que se quede observando al tarado que se mete en el ojo del huracán esperará expectante a ver cómo le va. Si se hunde, pensará que ha sido un acierto quedarse quieto. Si el otro cruza la tormenta y vive bajo un sol radiante, generará frustración en el apático que querrá lo mismo, pero probable sea tarde. En la arena ya sabes lo que tienes y las respuestas están al otro lado, pero para llegar a ellas, inexorablemente, tendrás que sacudirte.