El alivio de Rosa Dávila
Francisco Pomares
La presidenta del Cabildo de Tenerife, Rosa Dávila, ofreció ayer una conferencia de prensa para valorar sus primeros cien días de mandato al frente de la corporación insular. Sola ante el peligro (disculpó la ausencia de su socio Lope Afonso) doña Rosa se centró en explicar todo lo que se había hecho para hacer frente a lo que calificó como mayor desastre natural (afortunadamente sin víctimas) al que ha tenido que enfrentarse la isla en la historia reciente. Frente al pavor que suele provocar en la ciudadanía el fuego, no procede sacar a colación que otras catástrofes de este siglo, como la gota fría o el huracán Delta trajeron un correlato de víctimas mortales, gran destrucción de bienes e infraestructuras, y una multitud de damnificados por daño o deterioro de sus propiedades. Siempre nos parece peor el suceso más cercano, pero en esta ocasión es cierto que se ha rozado lo imposible: 14.000 hectáreas devastadas por un incendio que aún no se ha extinguido del todo y que mantiene su latencia destructiva. Sería injusto no reconocer que se hicieron las cosas lo mejor que se pudo, y recordar que los daños personales no han existido y los materiales vinculados a la destrucción de viviendas e infraestructuras han sido afortunadamente muy escasos. No ha sido gracias al Cabildo, al menos no en exclusiva, pero al menos los efectivos de la corporación insular no estuvieron de vacaciones durante el fuego. Ahora se trata de cruzar los dedos, mantener la vigilancia en todo el territorio afectado y esperar que el monte se recupere pronto de este desastre.
El otro asunto de enjundia al que se enfrentó Rosa Dávila en su comparecencia, fue el tener que referirse cumplidamente a uno de los errores cometidos durante su campaña electoral, cuando se comprometió, en caso de resultar elegida, a que su administración resolviera el problema del tráfico –se refería en realidad a los accesos a Santa Cruz y La Laguna por la TF5- en los primeros tres meses de mandato. Fue una innecesaria boutade mal calculada, que ella misma intento corregir con alguna puntualización posterior, pero que –a mi juicio- agravó ayer al hablar de la sustancial mejoría lograda en estos tres meses en la circulación por la autopista del Norte, gracias a las medidas adoptadas por el área de Movilidad y Carreteras del Cabildo. Sinceramente, carezco de datos para saber si esas medidas han tenido el efecto del que la presidenta Dávila presume, pero el sentido común me dice que eso no es ni posible, ni razonable siquiera. Se trata de un problema cuya resolución es de una complejidad tan extraordinaria que dudo que pueda ocurrir –siquiera producirse mejoras sustanciales- con la rapidez y diligencia con la que Dávila cree que han empezado a mejorar las cosas.
A veces, un error público –como este del compromiso de resolver el problema en tres meses- puede provocar efectos positivos en el medio y largo plazo. Porque sí es cierto que la presidenta se siente urgida por su metedura de pata al prometer algo imposible de cumplir en ese plazo, y que ha puesto a trabajar al área de movilidad en un catálogo ambicioso de medidas que –combinadas- pueden llegar a mejorar la situación del tráfico. Sin duda, la más importante de tales medidas es el mantenimiento ‘sine die’ de la gratuidad del transporte público, y facilitar el acceso de más ciudadanos, incluso de usuarios ocasionales- al servicio. La compra de más guaguas, la contratación de personal nuevo, los acuerdos con transportistas para reducir el tráfico pesado en horas punta, y los convenios con la Universidad y los hospitales pueden ser de gran ayuda. Pero es infantil pretender vendernos que una cuerda de medidas y decisiones voluntaristas ha lograda atajar el colapso recurrente del tráfico en Tenerife. Empezar a lograrlo requiere de todas esas medidas y de una auténtica revolución en el transporte, que logre un cambio de paradigma en la psicología de los conductores. Solo la expansión del tranvía -al menos hasta Tacoronte por el norte-, y la puesta en marcha de un sistema de tren ligero al Sur, unido a un servicio de guaguas más eficaz, más frecuente y cumplidor de los horarios, junto a algunas medidas coercitivas para disuadir del uso individual del coche, podrá empezar a cambiar de verdad las cosas.
Un mayor uso de los actuales sistemas de transporte público, con guaguas gratis, no va a reducir sustancialmente el uso privado del coche. Pero Dávila cree que eso ya ha empezado a ocurrir, y avala su creencia en que las colas que antes llegaban a La Orotava, ahora arrancan en Tacoronte. Parece casi un chiste, aunque se haya dicho con total seriedad. Y en política los chistes no siempre hacen reír.