Desenredando el ovillo
Francisco Pomares
A medida que las filtraciones comienzan a desenredar el caso Mediador, creo que aquí hay dos historias muy pero que muy distintas: una es la historia golfa y cutre que nos cuenta Navarro Tacoronte en sus bochornosos fascículos diarios para mayores de 18 años, todo un éxito de crítica y público, cuyo último episodio es la conversación grabada entre Daniel Ponce, ex concejal de Moya, miembro de la dirección del PSOE grancanario y asesor de la consejera Vanoostende, en la que Ponce habla por teléfono con el sobrino Taishet –a la sazón director general de Ganadería- y se ofrece para conseguirle contactos y relaciones a Navarro en el partido, tanto en Gran Canaria como en Lanzarote. La conversación tiene su gracia, porque en ella se habla de distintas personas del PSOE –incluso de miembros de segundo nivel del Gobierno regional- que podrían prestarse a colaborar con la trama. Ponce da por hecho de forma espontánea que sería así, que todo quisque estaría dispuesto. Son sus elucubraciones, claro, pero lo que no es especulativo es esa parte de la charleta telefónica –que Taishet debió grabar- en la que el asesor Ponce confirma que Navarro ocupaba despacho en la consejería de Agricultura, algo inexplicable, porque carecía de cualquier vínculo con el departamento. Ese tipo de historias van a seguir saliendo, y van a seguir salpicando a todos los que –por acción u omisión- permitieron las correrías de Navarro Tacoronte en el Gobierno de Torres y en el PSOE. A la propia Vanoostende, que arropó en la consejería a alguien que no debía estar allí ocupando un despacho, por ejemplo.
Pero al margen de los sabrosos chismes con los que los medios nos entretienen el desayuno todos los días, hay en este caso otra serie de historias de mucha más enjundia, con las que la Policía se encontró casi por casualidad, al empezar a desgranar los móviles de Tacoronte. Una historia centrada en el general Espinosa y algunos de sus colegas, que hizo que la Guardia Civil pusiera en marcha una intensa vigilancia de las andanzas del general y algunos de sus mejores amigos en la Benemérita.
Es cierto que la corrupción con personajes en calzoncillos es mucho más llamativa: está instalada en el chisme y el escándalo, y se nos desvela día a día desde los platós de televisión, frecuentados indecorosamente por los personajes de la trama, respondiendo a la pasión pública por el morbo y lo soez, y contribuyendo a aumentar la tormenta de porquería con la que Navarro Tacoronte quiere sepultar en la medida de lo posible sus propias responsabilidades. Es la corrupción con la que andan más felices y entretenidas algunas de las más brillantes plumas de la ultraderecha, porque es efectiva, se extiende como pólvora encendida por redes y saraos cotillas y –sobre todo- perjudica y deshonra al Gobierno donde más le duele al Gobierno: en la credibilidad de su discurso feminista, en el alarde de de su discurso moral y en las promesas rotas de transparencia y limpieza.
Hay dos narrativas diferentes, pues, compitiendo por asombrarnos desde las tripas de los móviles de Navarro Tacoronte: la primera es la de la corrupción de chochos y moscas (con perdón), del mediador y su alegre tropa prostibular. Una corrupción torrentera, cutre y casposa, de sobres sobados con 3.000 pavos dentro, sazonada con viagra y cocaína. Y la otra, la que nos cuenta historias aún apenas esbozadas de una trama de guante blanco, licitación y contrato, que mueve dinero de verdad en la Guardia Civil. A algunos nos interesa más desenredar el ovillo de esta corrupción, igual de sistémica e incluso más peligrosa, que pudre en silencio y sin alharacas ni festejos las instituciones y el corazón de lo público. Es menos atractiva para los media, porque no va acompañada de fotos en habitaciones de hotel o en reservados de restaurantes, sino por relaciones de contratos, fechas, nombres de empresas y cantidades concretas. Es la corrupción de que escriben estos días periodistas de redacción de periódico, gente ajena al vedetismo y la exageración, que cuenta sólo lo que sabe y puede probar, gente decidida a tratar lo que es de verdad importante y no lo llamativo o feroz. Gente que evita el periodismo incendiario.
En la misma redacción donde ayer se medía el alcance de llevar a portada una relación de veinte obras por medio millón, adjudicadas a la misma empresa por un colega del general Espinosa… en esa misma redacción, alguien me contó, hace ya muchos años, que había que desconfiar del periodismo de queroseno. Es el que practican esos periodistas que ven un fuego –cualquier clase de fuego- y acuden con una lata de combustible para hacer que crezca, y la noticia se agigante. Navarro Tacoronte no es periodista, pero ha logrado estos días muchos aliados en nuestra profesión.