Dependencia y miopía
El debate sobre la utilización de dispositivos por los críos, cada vez más extendido en nuestras escuelas y centros educativos, está mal enfocado, porque se ocupa fundamentalmente del uso y efectos de los móviles y tabletas en niños y adolescentes, sin entender que el problema viene de una utilización incorrecta de las tecnologías, y de la extraordinaria capacidad de imitación de los niños. Los niños aprenden imitando el comportamiento de sus padres. Los hijos de familias donde se usan de forma recurrente y abusiva las pantallas, las usaran igual.
Es difícil luchar contra la tendencia al exceso: el móvil ofrece a adultos y jóvenes lo necesario para acceder a un mundo de entretenimiento indolente, sin necesidad de esfuerzo alguno, provocando una fuerte adicción, una dependencia intensa y a veces imposible de evitar. Esa dependencia es mayor en los niños porque los dispositivos facilitan una estimulación constante de la atención -que a veces se confunde con creatividad e imaginación-, pero reducen sustancialmente el factor de socialización, de juego y diversión en común, donde nacen muchas de las reglas de participación social, aceptación de jerarquías y roles y resistencia a la frustración.
Para los niños, el principal uso de los dispositivos es ver vídeos de YouTube, pero incluso cuando un niño se conecta con compañeros y amigos para jugar o hablar, el móvil alienta la individualidad, empodera al usuario con mayores recursos y mejor equipo y lo aleja del disfrute compartido y colectivo. Los móviles convierten a los niños (también a sus mayores) en personas más pasivas y con dificultad para relacionarse con los otros. Sustituyen la lectura de un libro o el tiempo de juego con padres, hermanos o amigos por chutes individuales de endorfinas.
Pero eso no es lo único que puede decirse a favor de una retirada de los dispositivos de nuestras escuelas y colegios: un reciente informe de la Asociación Visión y Vida, realizado con el apoyo de la Fundación Mapfre y Correos Express, ha determinado que uno de cada cuatro niños entre seis y quince años es hoy miope. La cifra sube hasta un 30 por ciento cuando se cuenta a los pibes entre doce y dieciocho. Desde hace cinco años, los muchachos comprendidos entre esas dos edades que sufren miopía han visto además aumentar su graduación, y se ha multiplicado por siete el número de miopes jóvenes con más de seis dioptrías. Es aterrador descubrir la velocidad a la que los niños y jóvenes se acercan o alcanzan la miopía magna –superior a las seis dioptrías-, una situación que reviste cierta gravedad. Por ejemplo, más de la mitad de desprendimientos de retina se producen en personas miopes con más de seis dioptrías. Y no sólo hay más miopes: es que los que hay, ven menos. De media, los jóvenes miopes tienen dos dioptrías más que las que tenían jóvenes de sus mismas edades que hace cinco años. Parece una epidemia.
El uso indiscriminado y excesivo del móvil provoca además que uno de cada tres jóvenes admita dificultades para fijar la vista más de diez minutos en libros, en comics, en la televisión o en los propios dispositivos. Uno de cada tres chicos reconoce escozor en los ojos mientras estudia, y cuatro de cada diez muchachos aseguran padecer dolores de cabeza después de haber estudiado. Muchos de esos niños sufren esas dolencias como resultado de una visión deficiente, muchas veces no diagnosticada. Ven borroso, pierden interés, no logran concentrarse, fracasan en sus estudios…
Los partidarios de los dispositivos en la educación y en la vida familiar aseguran que la ciencia no ha logrado probar aún la existencia de una relación directa entre su uso sistemático y un aumento de la pérdida de visión en niños y adolescentes. Eso es cierto, aunque si está demostrado científicamente el daño que hace la tele a la salud social e individual: obesidad, reducción de la capacidad del lenguaje, pérdida de visión alfabética… Un dispositivo es una tele pequeña conectada a internet y a nuestro cuerpo. Y sí se ha podido comprobar que un uso precoz de dispositivos por los niños, produce alteraciones importantes en la visión, como son aumentar el tiempo en el que los usuarios dejan de parpadear o de ejercitar su vista en la distancia. Ambas cosas son absolutamente necesarias para el correcto desarrollo de una visión sana.
Aunque sólo fuera por eso, y con carácter general, los niños no deberían usar dispositivos al menos hasta haber cumplido siete años de edad, y sería razonable que el uso posterior estuviera racionado y muy vigilado por los padres. La tendencia es hoy justo la contraria…