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Del buen rollito al ‘modo canario’

Francisco Pomares

 

Hace ahora cerca de nueve años, Fernando Clavijo inició su primera legislatura presidencial vendiéndonos aquello del buen rollito, una forma de relacionarse con los demás –especialmente con los adversarios políticos- basada fundamentalmente en considerar que la diferencia de criterios y opiniones no es necesariamente un obstáculo para el entendimiento, o al menos para intentarlo.

 

A los plumíferos de colmillo retorcido y entrañas secas, aquél discurso de recién llegado, conciliador y educadito, nos pareció entonces más una pose muy estudiada, que cualquier otra cosa. Algunos habíamos escuchado (de mala fuente lagunera) que el Clavijo amable y moderado que se nos vendía en aquellos días desde los despachos de Rafael O’Shanahan resultaba ser a veces y en la intimidad del bunker presidencial, un cruce de saltaperico y demonio de Tasmania. Esa era parte de la leyenda que traía el hombre de su paso por la alcaldía de La Laguna, donde el buen rollito con los adversarios consistía básicamente en salirse siempre con la suya (la de él) sin perder nunca la compostura, manteniendo la pose del yerno que toda suegra quisiera tener y una actitud seráfica y cándidamente cordial.

 

Luego a Clavijo le tocó una Presidencia muy rara, que empezó renovando el acuerdo con el PSOE que había sostenido a su colega y adversario Paulino Rivero. Pero la cosa acabó fatal: su vice Patricia lo plantó en menos de año y medio de concubinato, y el repuesto vascopalmero lo dejó más solo que la una, gobernando apenas con una veintena de colegas, y retratado en la prensa un día sí y otro también a cuenta del publicista Pérez. A pesar de contubernios varios -el lawfare es más cosa de fiscales que de jueces-, Clavijo siguió proclamando las ventajas del buen rollito y hasta logró convencer a todo el mundo de su disposición al entendimiento: pasaba por ser un encanto de chico, aunque más soso que mandado hacer de encargo, y tan mollar como una piedra.

 

Luego el PSOE le ganó las elecciones y Asier Antona le quebró cualquier opción de sumar a la derecha un acuerdo de mayorías. Cuando a Antona le leyeron la cartilla entre la rubia Australia y el escupidor de aceitunas, ya era tarde: Curbelo recorrió el camino que más le ponía, y a Clavijo se le debió quebrar cualquier asomo de buen rollito con el gomero. Pero no: incluso se reunió con él el mismo día del plante, le agradeció los servicios prestados y por prestar y luego se fue sin mucho ruido al Senado, a verlas venir.

 

Ahora, un lustro más viejo, cubierto de canas del occipucio al flequillo -y también la barba-, como ya no pega lo del buen rollito, alguno de los propios le ha inventado la versión madura del asunto, que es el modo canario de hacer política. Estrenó el concepto para explicar su apoyo a la investidura sanchista, y fue casi como cuando FDR presentó el New Deal, el invento del siglo. No ha dejado de usar lo del modo canario para señalar que hay que estar por lo práctico, más que entretenerse en películas de buenos y malos. Es la fórmula de Fierabrás contra la crispación y el mal cuerpo, el antídoto perfecto contra la radicalización y el y tú más. No sé si él mismo se ha acabado por creer que hay una forma autóctona para bregar en las decisiones y las complicaciones, pero la bronca en la política canaria se ha desinflado como un globo pinchado. Colocarse en el centro es lo que tiene.

 

Uno imagina cómo sería esta legislatura con el PSOE teniendo que hacer frente a la movilización contra el turismo (huelga de hambre incluída), los hoteleros señalados por no pagar los sueldos que deben, los ‘no hoteles’ obligados a convertirse o cerrar, los presupuestos prorrogados, y tres comisiones parlamentarias en la que el PP ya ha decidido pasarle la podadora al ministro de Memoria Democrática de Sánchez, a cuenta de RR7 y de si habló o no habló con Koldo.

 

¿Cómo se aplica a todo esto el modo canario de hacer política?

 

Supongo que lo primero es gestionar la equidistancia en la investigación parlamentaria. Pero eso es lo más fácil: se tira de Barragán para controlar las comisiones, no enfadar demasiado al PP y tranquilizar al PSOE lo suficiente. Y en Madrid, se sigue pasando el platillo, sin gritos ni alharacas, con aplatanada parsimonia y tropical constancia. Lo del turismo es más complicado, sobre todo por falta de costumbre de los presuntos implicados: para que el modo canario funcione también en eso, hay que convencerles de empezar a repartir mejor el dinero que ganan a manos llenas. Es eso, o quedarse fuera del corro cuando toque hacer las leyes.

 

El modo canario no es sólo una forma de negociar sin alterarse. Es más bien saber cómo bailar sin descanso con los que más mandan.

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