De la dictadura, y otras extrañas formas de gobierno
Francisco Pomares
No les aburro con lamentos inútiles, pero la verdad es que me siento perplejo por esa entrevista que le hizo a Yolanda Díaz Jordi Évole este pasado domingo, en las que la vicepresidenta del Gobierno de España se descolgó con algunas perlas preciosamente cultivadas para despertar y motivar al público propio. De todas las muy maduradas y asesoradas opiniones de doña Yolanda, yo me quedo con su muy diplomática calificación de Marruecos como “una dictadura”. Una declaración pensada expresamente para provocar el efecto de marcar distancias con la posición oficial del Gobierno que doña Yolanda vicepreside, una declaración cuyo objetivo es satisfacer la querencia antimarroquí de la izquierda española y ofrecer más ruido y confusión sobre lo que realmente se piensa y se hace en los Consejos de ministras y ministros de este Estado Español que ya no es sólido ni líquido, sino más bien gaseoso.
El PSOE por supuesto, ya ha calificado la posición de la vicepresidenta del Gobierno como “una posición personal”, que no es ni la posición del Gobierno ni la de su partido mayoritario. La declaración de doña Yolanda ha cosechado el primer efecto deseado, una avalancha de comentarios en redes aplaudiendo la valentía de la señora vicepresidenta, unos días más de su imagen reproducida en papeles y telediarios y un monumental cabreo del Gobierno de Marruecos con su estimado socio Sánchez.
Creo que eso es lo que doña Yolanda esperaba o pretendía conseguir. Y no porque ella se haya significado nunca como miembro del Gobierno en contra de Marruecos –de hecho, como ministra ha participado en el desarrollo y firma de convenios bilaterales con el reino alauita- sino porque eso es lo que le conviene remover antes de estas elecciones. La mayoría de los españoles –de los que tienen una opinión sobre nuestro vecino- piensan que Marruecos es una sociedad atrasada, gobernada por un sátrapa gandul y vividor y dirigida por una panda de sinvergüenzas corruptos.
Por supuesto, son pocos los países africanos que hoy pueden presumir de una democracia de primer nivel. Sólo cuatro países africanos –los tres del cono sur, Sudáfrica, Namibia y Bostwana, y también Ghana, en la costa atlántica, se sitúan dentro del mismo ranking en que se encuentra España, el de las llamadas ‘democracias imperfectas’. Y sólo un país de África –Botswana- se encuentra al mismo nivel que España en el índice mundial de corrupción, empatados en el puesto 35 en datos de 2022. Marruecos está en el puesto 94, justo en la mitad de la tabla mundial. Se trata de una sociedad muy pobre, con alto analfabetismo, escasa industrialización, un peso muy importante de la religión y la tradición, un rol extraordinario de la monarquía y muchísimas rémoras. Pero en algunos asuntos –en materia de transparencia o libertad de información, por ejemplo-, los organismos internacionales sitúan a Marruecos sorprendentemente por delante de España. Marruecos lleva años intentando mejorar en sus relaciones internacionales, ha modernizado extraordinariamente su administración, es un país musulmán con ministras y embajadoras y directoras de empresas públicas, y –a la vista está- parece estar consiguiendo cambiar el criterio de la muy democrática Europa sobre el conflicto del Sahara.
Desde luego, Marruecos está lejos de ser una democracia consolidada, y también lo está de ser una sociedad que venza la pobreza y la desigualdad, pero –como muchas de las naciones con más camino que recorrer- avanza con más rapidez que algunos países que se miran demasiado el ombligo. Calificar de dictadura a un país que celebra elecciones en todos los ámbitos, con un poder judicial independiente, con libertad de partidos, y con una oposición que ha logrado gobernar en varias ocasiones, es bastante injusto y poco riguroso. Puede que la opinión de los españoles responda a un cierto paternalismo, a nuestros conflictos vecinales, al pasado de potencia colonial media, o se deba al lastre de nuestra ignorancia o xenofobia.
Pero que una vicepresidenta del Gobierno se despache así, y encima se salga con la suya, obteniendo el aplauso popular por lo que no es más que una boutade, lo que demuestra es dos cosas: una, que este Gobierno y sus ministros no son en absoluto fiables. Y la otra que el presidente no manda tanto como él cree. En realidad, es cautivo de su propia debilidad política. La misma que le obliga a soportar chantajes y desplantes de sus socios de legislatura, o a aceptar que su ministra favorita se la juegue donde más le duele.