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Dame trabajo, no un hobby

Usoa Ibarra

 

 

A los que han terminado una carrera universitaria les cuesta de media encontrar un trabajo - de lo suyo- unos cuatro años. Mientras ocurre el milagro y echan currículum, algunos siguen estudiando: másteres, postgrados, FP, o simplemente se lanzan a un mercado laboral precario (en sueldo, horario o motivación).

 

Nos lamentamos de que mucho talento joven acabe trabajando en países extranjeros, pero el que no desespera y tira la toalla está abocado a hacer la maleta a ese país ajeno que le da la oportunidad laboral deseada y con ello la inserción social. Se nos olvida con mucha facilidad que un trabajo es ese inicio a la vida de identidad adulta que nos permite la independencia, la ejecución de proyectos o inquietudes personales, pero también el vehículo para sentirse integrante de un sociedad que desprecia al que no trabaja.

 

A esos jóvenes académicamente preparados se les aboca a la frustración de no poder trabajar de su vocación. Para que quede constancia de la envergadura y alcance del término: inclinación o interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida.

 

He trabajado con personas desmotivadas, aún ejerciendo de lo que estudiaron, y con personas que no estudiaron para ello, pero que demostraron esmero y dedicación profesional. Sin embargo, el gran fracaso consiste en querer trabajar para lo que uno considera que tiene méritos, credenciales y habilidades y no poder hacerlo.

 

Cuando hay personas que han cubierto el cupo de años cotizados y siguen aferrándose a sus profesiones (la mayoría de ellas por miedo a la falta de rutina laboral) se está impidiendo que otra generación tenga una oportunidad de comenzar a escribir su vida, aunque inicialmente sea con renglones torcidos. Existe en este país esa falta de compromiso social a la hora de dejar paso a las nuevas generaciones. Debe ser por nuestra herencia monárquica, que hasta que uno no muera, no delega. 

 

El caso es que no parece razonable que las políticas gubernamentales alarguen la jubilación de quienes consiguieron puestos de trabajo con menos preparación que la generación actual,  que no se diversifique la economía para dar cobertura a los graduados de distintas disciplinas, o que no se filtre desde los niveles académicos básicos las tendencias reales del mercado. ¿Para qué estudiar Bellas Artes si voy a terminar trabajando de camarer@ o dependient@?

 

Le pedagogía habla de una formación o educación para la vida y durante toda la vida. Evidentemente, lo primero no se cumple para quienes estudian grados superiores si no pueden proyectarse vitalmente en ellos, y lo segundo, conlleva una actualización que supone una inversión de tiempo y dinero que no todo el mundo está dispuesto a realizar. De ahí, que el principio de accesibilidad universal y de igualdad de oportunidades quede roto de base.

 

En este país, sobrado de “titulitis”, hemos dado por normal que alguien sobradamente preparado emigre, o se haga autónomo con el riesgo que esto conlleva, o trabaje a tiempo parcial para dedicarse a lo que verdaderamente le gusta, condenado a que esa vocación sea un mero hooby.

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