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Comparando


Francisco Pomares 


Era tan evidente y obvio lo que Trump pretendía con su anunciada jugada de póker –dominar el tapete de juego-, que los compañeros de mesa –el resto de los líderes mundiales- no han tardado casi nada en hacer las cuentas de lo que va a costarnos esta mano de farol. Bruselas precisó apenas de un par de horas para calcular el desastre: los nuevos aranceles trumpistas a productos europeos supondrán un mazazo de 81.000 millones de euros anuales, una cifra colosal. La Comisión Europea cree que es un salto enorme respecto de lo que se venía recaudando, hasta ahora, por el tránsito de nuestras mercancías y productos por las fronteras entre el viejo continente y el imperio. 81.000 millones es, pues, la cifra que nos revela la escala ciclópea de la guerra comercial desatada por el gran presidente contra los temblorosos europeos. Un verdadero seísmo en la economía planetaria y –como diría Sánchez- “por tanto en la nuestra”: solo en exportaciones de vehículos europeos a Estados Unidos -66.000 millones-, el nuevo arancel del 25 por ciento supone 16.500 millones más de atraco. A eso hay que sumar los 6.500 millones de los aranceles al acero y aluminio, y otros 58.000 millones en aranceles recíprocos sobre un volumen de comercio que suma los 290.000 millones. Von der Leyen describe la masacre con claridad: “las consecuencias serán nefastas para millones de personas: comida más cara, medicamentos más caros, transporte más caro”. Bruselas intentará una casi imposible respuesta coordinada de las naciones clave.

 

En Madrid, don Pedro ha comparecido presto y serio para anunciar planes de choque de apoyo a las empresas, porque el nuestro es un Estado responsable que protege su tejido productivo. Sánchez ha hablado con cautela de la enormidad gigantesca del impacto, se ha referido a la necesidad de actuar todos de acuerdo –en Europa y en las Cortes- y lo ha hecho con una campaña ya cocinada antes de los aranceles explicando que los valores no se venden. ¿No? Uno recuerda, así, a bote pronto, que hace apenas unos meses, el Gobierno decidió iniciar el proceso de perdonar a Cataluña su deuda pública. Una deuda que ronda, casualmente, los 80.000 millones de euros, casi lo mismo que Trump está a punto de cobrarnos a todos los hijos de Europa…

 

No es por insistir en la comparación, pero estamos ante una cantidad idéntica a la que vamos a regalarle a Puigdemont. Frente a tal cantidad, Sánchez adopta dos actitudes radicalmente opuestas. Ante Trump, solicita –con mi aplauso- más firmeza europea. Ante Puchi, demuestra que el principio más principal de todos los que definen el sanchismo monclovita, es el de la sumisión a la banda de los siete. Los 80.000 de Trump son fruto de una amenaza exterior; los de Puchi son el resultado de una decisión destinada a salvar el culo presidencial. Los 80.000 del rubio tupé desatan una digna respuesta de las instituciones. Los 80.000 del flequillo moreno, una lastimosa explicación sobre la necesidad de salvar de sus pecados a la rica Cataluña. Se me ocurre que -en términos fiscales- hay una diferencia notable: los 80.000 de Trump los vamos a pagar 450 millones de europeos, los 80.000 de los indepes saldrán a escote de cuatro billetes violeta por barba, a pagar solo por los españoles que no residamos en Cataluña. 2.000 por cabeza, no está mal.

 

Me pregunto cómo es posible que el expolio fiscal catalán nos enfade mucho menos que los aranceles de Trump. Será que en España somos cada día más Europa. Pero la condonación pactada de la deuda catalana (primero por la vía de pasar a la deuda pública española 17.000 kilos, después creando un concierto fiscal para que esos millones y todos los demás los paguen sólo los pobres españoles), implica un escándalo mayor que los aranceles del alemán chiflado que manda hoy en Washington.

 

Ocurre que el trueque fiscal con el independentismo se ha revestido de “normalidad política”, nos ha sido presentado por el aparato de propaganda del sanchismo como el precio inevitable que pagamos por la estabilidad, una estabilidad que -en realidad- es coartada del sometimiento, la hipoteca de esta frágil legislatura que Sánchez sostiene a golpe de BOE y regalitos. No lo hace por justicia, ni por cohesión territorial, ni mucho menos por convicción. Lo hace por pura supervivencia. Y el problema es el coste moral de esta transacción: afrontar la deuda no como un lastre económico para las generaciones futuras, sino como una ficha de cambio en otra partida de naipes, la que premia con residencia en Semillas.

 

Quizá Europa contenga el caos arancelario. España, en cambio, institucionaliza el caos fiscal. Frente al chantaje exterior, diplomacia y resistencia ante unos aranceles temporales. Frente al chantaje interno, una condonación que será eterna. Es un consuelo que a Trump no le votemos nosotros. A Puigdemont, tampoco. Pero ni falta que hace: Sánchez ya lo ha hecho presidente.

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