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Cambio de acera

Francisco Pomares

 

Consumada la primera derrota de Feijóo, y a la espera de la segunda, Coalición comienza a jugar las cartas de un posible entendimiento con el PSOE, a cambio de lo mismo que negociaron con el PP, el estricto cumplimiento de la denominada ‘agenda canaria’, un catálogo de medidas pagadas con dinero de Madrid, que permitirían algo más que un respiro a las islas. La aproximación al PSOE se trata de una operación peligrosa y delicada, y sospecho que van a intentar ejecutarla con extraordinaria cautela, para no encabronar mucho ni a sus socios en las islas, ni a una parte de su electorado, que traga a Sánchez con más dificultad que a una papa hirviendo. Para Coalición, el problema no es que una actitud poco colaboradora les pueda significar romper cualquier comunicación con el próximo gobierno, si Sánchez prospera. Para Coalición el verdadero problema es que se convoquen nuevas elecciones, que se producirían en un ambiente políticamente muy enrarecido y de extrema polarización, que mermaría sus posibilidades electorales. Además, Cristina Valido no es Ana Oramas: es una mujer trabajadora y constante, pero le faltan tablas en Madrid –es algo que se aprende con más tiempo del que ella ha tenido- y no se mueve por las calles de las islas con el desparpajo de la que fuera alcaldesa de La Laguna. Coalición no quiere que se produzcan nuevas elecciones a todo o nada entre los bloques de izquierda y derecha, porque corre peligro de resultar perjudicada si esas elecciones se producen.

 

Pero no puede jugárselo todo a la baza de revalidar con su único voto la presidencia de Sánchez: para empezar, si al final Sánchez logra domesticar a toda la heterogénea tropa de sus aliados en la izquierda populista y en la derecha independentista, su gobierno será el más frágil de la democracia. Nunca nadie ha gobernado este país de la forma en que él va a tener que hacerlo ahora, cautivo del prófugo de Waterloo, sometido a los caprichos de Yolanda Díaz, a la inevitable desquerencia (convertible en deslealtad) de cinco diputados podemitas, y –sobre todo- el enchulamiento indepe que se va a convertir en el pan nuestro de cada día a partir del momento en el que Sánchez apruebe esa amnistía de la que se negó a hablar. Lo hará, por supuesto, pero sólo cuando tenga amarrada su reelección, y pueda encontrar el discurso que lo convierta en el gran pacificador del país. Sería ridículo que un político tan oportunista y pegado a sus propias conveniencias y necesidades como es él, se arriesgara a reconocer públicamente que concederá la amnistía para que luego le dejen tirado.

 

En Coalición han decidido jugar un juego parecido, pero dirigido a calmar a su electorado. En los últimos días, mientras comienzan las inevitables pero muy discretas negociaciones, comienza a sostenerse públicamente la idea de que no basta con la agenda canaria, también es necesario hablar de la amnistía. ¿En serio? ¿De verdad han dicho eso los de Coalición? Pues sí: por desgracia, no estoy yo muy convencido de que Coalición esté dispuesta a sacrificar los millones de euros del mañana por evitar tragar el sapo de violentar otro poco la Constitución. Si sacan su preocupación por la amnistía a paseo, es para ponerse en valor, para subir el precio de un voto que será fundamental para Sánchez si el impredecible Puigdemont al final opta por una abstención negociada, que permita un respiro a Sánchez. Es una forma de reforzar su papel en la negociación, aunque parezca lo contrario, una declaración de principios.

 

Si al final el voto de la señora Valido es imprescindible, Coalición podrá salvar todos los problemas: ganar tiempo –al menos uno o dos años antes de que el Gobierno haga aguas, sea incapaz de aprobar los presupuestos por el chantaje catalán, y acabe por convocar nuevas elecciones. Coalición podría presentarse entonces incluso como coadyudante y responsable de la caída de Sánchez, y mantener el voto de su facción más conservadora, que dicen quienes saben de estas cosas, que representa casi un tercio de su voto en la provincia tinerfeña. Mientras eso ocurre, el Gobierno regional se habrá dedicado a sacudir el árbol de las nueces –al menos a intentarlo- para presentar a sus electores el principal mantra del nacionalismo, que es traer más pasta.

 

En fin: no sé si Puigdemont está ya tan contagiado del espíritu de Waterloo que querrá montárselo de pequeño Napoleón, capaz de desbaratar a sus enemigos después de haber sido derrotado. No creo que rompa la baraja del todo, pero si lo hiciera, mientras llega el caos de una nueva juerga electoral, Coalición se apuntan el tanto de haber contribuido. Mientras, no van a desaprovechar la oportunidad de hacer caja si tienen oportunidad.

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