PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Cada uno a lo suyo

Francisco Pomares

 

La moción de censura contra Pedro Sánchez ha vuelto a evidenciar el estado comatoso no ya de la política española, sino también del propio parlamentarismo nacional. Un parlamentarismo que dio excelentes oradores y momentos esplendorosos en el pasado, pero que ya no existe. Podría decirse que el Parlamento funciona hoy como una inútil caja de resonancia, un eco de la inanidad política del país.

 

Pero no se trata –como se dijo ayer con cierta insistencia- de que esta moción de censura sea inútil porque no tiene posibilidad alguna de prosperar. Las mociones de censura sólo formalmente persiguen tumbar al Gobierno para sustituirlo por otro. Cuando se dice que esta moción es inútil porque no puede salir, se olvida que -con la única excepción de la presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy-, en el Congreso no se ha impuesto jamás ninguna otra censura, pero eso no convirtió en inútiles los debates que las acompañaron. Ahora que en el PSOE se ha puesto de moda recuperar videos de Felipe González (a ver si se logra exorcizar la huida a otros predios del viejo votante socialista), procede recordar que el liderazgo nacional de González, y su camino imparable hacia la Presidencia del Gobierno, se inicia con la fracasada moción de censura a Adolfo Suárez, tan inútil en su resultado inmediato como cualquier otra, incluyendo esta de ahora. En puridad, lo normal de las mociones de censura no es que prosperen en su objetivo de defenestrar al que está, porque los argumentos y las razones, incluso los buenos argumentos y razones, nunca han cambiado las mayorías parlamentarias. Para lo que son útiles las mociones de censura es para producir una inflexión, que no tumba necesariamente gobiernos, pero puede señalar cambios de ciclo.

 

En las censuras, la mayor parte de las veces, sólo apoyan la moción los votos del partido del proponente. Pero eso no significa nada si se logra un objetivo propagandístico, un resultado político, una catarsis en torno a la crítica del que está. Por supuesto, no es este el caso: ni catarsis, ni señalamiento, ni siquiera algo de qué presumir, más allá de la capacidad de aguante de un señor casi nonagenario, protagonista de esta perfecta inutilidad, cuyo valor práctico quizá sea –ya se apuntó- hacer patente la ruina del parlamentarismo patrio.                 

 

Una sesión indolente, y unos oradores que aburren, cada uno a lo suyo: Sánchez utilizó el debate para escenificar ante su público lo que significará un futuro gobierno del PP y la ultraderecha, contraponiéndolo a este gobierno de ahora del PSOE y la ultraizquierda. La baza principal del diputado Sánchez es recordarnos que el PP sólo puede gobernar con Vox, a ver si así olvidamos que el PSOE sólo puede hacerlo si cuenta con los votos de la ultraizquierda, el secesionismo y Bildu. Para la vicepresidenta Díaz, el debate ha sido únicamente la ocasión –patrialcalmente facilitada por otorgamiento de Sánchez- de presentar el relato de su próxima candidatura a presidir el Gobierno, un objetivo tan ilusorio y ridículo como el del candidato Tamames. Aprovechó doña Yolanda para calificar esta censura de destructiva, como si existieran censuras constructivas, como si la que acabó con Rajoy lo hubiera sido. La alegre banda de nacionalistas, indepes y mareas, se lo pasó ayer pipa: se dieron gusto en el juego de apalear a un protagonista de la Transición, y sacaron pecho, con riesgo escaso de resultar alcanzados por una respuesta. En cuanto a Vox, la censura ha sido la ocasión de volver a repetir el fiasco de la presentada en octubre de 2022, menos de un año después de la constitución del Gobierno. La censura a un presidente es un mecanismo extraordinario y se debería usar con cautela. Abascal lleva presentadas ya dos censuras en esta legislatura, la primera para airear su programa, y esta para recordarle a un PP en evidente recuperación electoral, que sin Vox no va a ningún lado. Un recuerdo incómodo e inconveniente para Feijóo y los suyos. El candidato popular ni siquiera optó por presenciar el debate in situ. Declinó acudir al Congreso, hizo mutis por el foro. Esta ocurrencia ha sido una bocana de aire, para un Sánchez agobiado por leyes idiotas que su Gobierno le saca como churros a sus socios, o por la aparición de una corrupción cutre y miserable que ha embarrado al grupo parlamentario socialista y al PSOE canario. Esta frívola censura es un respiro en los trabajos del día, y árnica para el PP. Y luego está lo que esta censura sea para el profesor Tamames. ¿Una ocasión de volver a colocarse en el foco de la Historia? ¿Un ajuste de cuentas con su pasado? ¿Un delirio de senectud?

 

Yo creo que como aquí cada cual va a lo suyo, Tamames también. Y esta ha sido su última gamberrada.              

 

Comentarios (0)