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Bulos  

Francisco Pomares

 

Según una investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts, los bulos –los anglosajones los denominan hoaxes– se comparten un 70 por ciento más veces que las noticias reales y, precisamente por eso, se propagan a mayor velocidad. El estudio, realizado por tres profesores del MIT en 2018 -en uno de los momentos de mayor desarrollo en todo el mundo de las fake-, demuestra que una noticia verídica tarda hasta seis veces más que una falsa en lograr el mismo impacto.

 

Quizá la pregunta que habría que hacerse es por qué hoy se le da más credibilidad a una noticia falsa e incluso en apariencia poco solvente, que llega por canales privados, no oficiales, no periodísticos, antes que a la información oficial o la que transmiten los medios. Sin duda, algo tiene que ver el creciente desprestigio de las instituciones y de muchos medios entregados al amarillismo más descarnado o la instrumentalización ideológica de la mentira. El exceso de información que circula por las redes, y el trabajo de bots y algoritmos, hace que los usuarios de las redes tiendan a encontrar con facilidad medios y opiniones que retroalimentan sus creencias y opiniones previas. Además, la desconfianza se contagia con extraordinaria facilidad, tendemos a creer más más aquello que queremos creer, y queremos creer siempre más lo que parece bizarro que lo que resulta consuetudinario, corriente, normal.

 

Hay también otros motivos psicológicos, relacionados con la voluntad de control: quien crea los bulos y los difunde experimenta la percepción del control de la realidad, siente que interviene en la agenda pública, que tiene seguidores. En realidad, es otra forma de ver la realidad autoreferenciada por el deseo de intervenir en ella, por figurar, por ser alguien en el mundo de las redes, aunque sea alguien anónimo. Porque otra característica de los bulos es que quienes los emiten (excepto si se trata de partidos y organizaciones con un interés práctico, que persiguen un retorno de valor de la información fraudulenta que ponen en circulación), suelen ser personas que lo hacen desde el anonimato, protegiendo sus mentiras de cualquier identificación.

 

Las situaciones críticas, las catástrofes, son momentos de especial intensidad para la circulación de bulos, rumores y noticias falsas. No es algo nuevo, ha ocurrido siempre, pero internet y las redes han agigantado el impacto y expansión de los bulos.

 

El incendio de Tenerife no ha sido ajeno a un fenómeno que nos llega sobre todo a través de la mensajería instantánea y wastapp, y en el que a veces pican algunos medios, sobre todos medios de internet, radios y televisiones, que viven la urgencia de la noticia con una intensidad mayor que la de los medios escritos tradicionales. Uno de los bulos inmediatamente viral de estos días ha sido un falso video de los bomberos de Gran Canaria quejándose de las raciones de comida que se les han ofrecido durante esta crisis, mostrando a alguien que recibe por toda ración una ensalada. Los propios bomberos lo han desmentido categóricamente, tanto su jerarquía como algunos de ellos de forma individual a través de sus redes y perfiles. También la eléctrica Endesa ha desmentido en su cuenta oficial de Twitter que la central de La Victoria se haya visto en situación de peligro y haya tenido que ser desalojada. Pero probablemente el bulo más comentado y repetido haya sido el que informa de la supuesta detención de tres efectivos de las Brigadas de Refuerzo de Incendios Forestales, a los que se hace responsables del inicio del fuego, con la intención de poder cobrar horas extras. La Guardia Civil investiga desde el primer día distintas líneas para identificar a los autores de este desastre, que ya se sabe definitivamente provocado, pero hasta la fecha no se ha producido ninguna detención, y es poco probable que produzca con carácter inmediato. También rula por ahí un video falso de bomberos de Aena, otro sobre pérdidas de animales, y algunos extremadamente alarmistas, que quizá no sean fruto de la voluntad de engañar o falsear los hechos, sino de la tendencia natural a reaccionar magnificando –a veces hasta la propia histeria- aquello a que nos preocupa o asusta.

 

Es difícil distinguir entre lo que es un bulo y lo que no lo es. El informe del MIT explica que dos de cada tres personas tienen gran dificultad para discernir lo que es verdad cuando se enfrentan a una información fabricada con el objetivo de engañar. Por eso, en momentos complicados, vencer la desconfianza a lo instituido y aceptar la información oficial es una buena receta. Quienes nos gobiernan tienden a mentirnos con demasiada frecuencia. Pero no suelen hacerlo cuando se exponen al público ante situaciones catastróficas. Los que mandan detestan el caos. Y el bulo es –swobre todo- un instrumento del caos.

 

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