Aroma a Semana Santa
Mar Arias Couce
Conozco a mucha gente que tiene una conexión directa entre la música y sus recuerdos. Escuchan una determinada canción y su cabeza se llena de imágenes pasadas y de momentos especiales. Mi madre escucha una canción de Los Beatles o de Serrat y vuelve a tener veinte años. A mí me pasa algo similar, pero con los olores. La gran mayoría de los momentos de mi vida tienen un olor específico y no siempre se trata de una asociación lógica, o al menos no a primera vista.
Podría decir que la tristeza me huele a sal y la alegría a limones, pero no tengo muy claro el motivo. La sal podrían ser las lágrimas, pero lo de los limones tiene una explicación más compleja. Supongo que como soy de muchas partes y ninguna podría asociarlo con las vacaciones, ya que, en esas épocas, tres veces al año, dejaba mi tierra de adopción, Cáceres, y me iba a Murcia, a Cartagena, mi tierra natal, donde los limoneros salpican toda la geografía local. Pero tal vez es porque me encantan las granizadas de limón y en Murcia las hay por todas partes.
Más de una vez he dicho, por esta misma lógica, que la primavera me huele a cerezas del Valle del Jerte, a las rosas que pueblan las avenidas cacereñas en abril y en mayo, y a colonia Nenuco, vaya usted a saber por qué.
Pero curiosamente, la Semana Santa no me huele al azúcar de las torrijas que hacía, y hace, mi padre, ni a los cirios que llevan los cofrades en las procesiones, a mí la Semana Santa me huele a mar mediterráneo. A los primeros baños del año (ya sé que aquí resultarían tardíos, pero en la península no tenemos las temperaturas maravillosas de Canarias y hay que esperar para meter el pie en el agua, al menos a marzo o abril). Me huelen a helado y un poco también al aroma metálico de la sangre… Me caía mucho de las bicicletas porque era una niña que siempre iba pensando en sus cosas. Igual un poco torpe, también. No lo discuto.
Ahora he creado nuevos recuerdos. En Lanzarote el mes de abril me huele a tierra, a viento salobre, a las fresas que mi suegro plantaba en Masdache y nos comíamos directamente de la tierra, un poco a sancocho familiar y a milhojas. Me lleva el aroma de colonia infantil (otra vez el Nenuco) a las cabecitas de mis niños cuando eran pequeños y volvían de clase deseando empezar las vacaciones con el baby lleno de manchurrones, las mochilas maltrechas y los ojos brillantes.
Abril huele a hoguera, a asadero con amigos. A vino blanco seco de la tierra y a quesos lanzaroteños. A excursiones, a baños de playa y de sol, a Famara y a Papagayo. A los amigos que ya no viven en la isla, pero siguen presentes.
Aunque este año la Semana Santa nos traiga también aromas a tierra mojada, por las lluvias, espero que disfruten de las vacaciones y recopilen recuerdos de esos que el día de mañana se volverán memoria. Felices buenos aromas.