Adhesión inquebrantable
Francisco Pomares
Una colega mucho más joven que yo se calentó conmigo ayer porque me tome un poco a guasa el manifiesto firmado por todos los secretarios generales provinciales del PSOE (en Canarias los insulares) pidiendo a Pedro Sánchez que avance –con el apoyo de todos los territorios- para formar un gobierno progresista.
Mi colega me preguntó si a mí me molestaba que los compañeros de Sánchez le apoyen. Le dije que no, que no me molestaba en absoluto, pero que me parecía asombroso que los secretarios generales del PSOE decidieran manifestarse públicamente y de forma unánime apoyando al jefe en su investidura, que me resultaba algo completamente innecesario y fuera de los códigos tradicionales de la acción política en los partidos de la izquierrda. Mi colega me dio que era lo mismo que habían hecho “los del PP”, arropando a Feijóo en su mitin de Madrid. Bueno, yo creo que no es exactamente lo mismo: no es lo mismo que unos cuantos miles de afiliados, simpatizantes y votantes del PP acudan a un mitin público de ese partido, que ver a un grupo de cincuenta cargos orgánicos del PSOE –la mayoría de ellos gente que se gana la vida como cargo público o funcionario de partido- manifestarse a favor de la línea oficial del PSOE, apoyando y animando a Pedro Sánchez a hacer algo –intentar ser presidente-, para lo que parece que el hombre ya está bastante motivado, sin necesidad de que nadie le anime.
Sin duda, el objetivo no confesado del acto de adhesión a la jefatura no era ese, sino responder como un solo hombre (y mujer), a las críticas del sector anciano del PSOE a la mercachifera operación de aceptación de la amnistía a los líderes indepes, a cambio de los votos indepes. Por edad y por complicidad generacional, me encuentro mucho más cerca de las experiencias y percepciones de los socialistas de antaño que de estos posibilistas de ahora, decididos a mantenerse en el poder a cambio de cualquier cosa. El acto de desagravio a Sánchez (creo que eso es lo que fue) se produce como respuesta a la conspiración que para Moncloa y la actual dirección del PSOE supuso que Felipe y Guerra dijeran lo que creen ellos –y con ellos millones de otros españoles- sobre la concesión de la amnistía. Lo que ocurre en los últimos años en este PSOE de ahora es bastante asombroso. Cualquier disidencia con la línea oficial es considerada un delito de lesa patria, incluso cuando disentir de los cambios de criterio de Sánchez suponga mantenerse en lo que una semana antes era puro sometimiento a la ortodoxia sanchista.
El problema, desde mi punto de vista, es que el PSOE actual ha renunciado ya hace tiempo a hacer un discurso político que convenza a sus votantes, para hacer –exclusivamente- un discurso que justifique la continuidad de Sánchez en el poder. Y así se corren algunos riesgos. El más evidente es el de tener que adaptar las convicciones de hoy a las necesidades del mañana. Hay que tener mucha cintura para tragar con los continuos cambios de criterio del líder del PSOE, en relación con cuestiones –por citar sólo algunas- como gobernar con Podemos, conceder indultos a los presos indepes, retirar el delito de sedición o aflojar con esa amnistía que hasta unas horas antes de que se conocieran los resultados electorales del 23-J era considerada inconstitucional por el mismísimo presidente Sánchez, sus ministros y la totalidad de los secretarios generales de la adhesión inquebrantable. Porque una cosa es adaptarse a lo que la política obliga, y otra estar dispuesto a vender a tu madre por seguir empleado.
La transformación de la dirección socialista queda perfectamente reflejada en este inusual ejercicio de sometimiento de tintes búlgaros, en el que la tropilla de secretarios generales ni siquiera menciona una vez la palabra amnistía, qué va. Para qué. Y no es la primera vez: hace unos días, uno de esos mismos secretarios generales, pero de más nivel, el secretario general del PSOE gallego, Valentín González Formoso, adelantaba lo que será la tónica general a partir de ahora: “Pedro, haz lo que tengas que hacer”, le dijo don Valentín a su jefe en el transcurso de un mitin en Sigüeiro –en esencia muy parecido en estructura y objetivos al de Feijóo, pero memos concurrido-, dando carta blanca a que Sánchez cambie de criterio tantas veces como considere necesario si de seguir en Moncloa se trata. Ni comité federal, ni discusiones partidarias, ni ideología, ni estrategias del partido. Que el jefe haga lo que crea que debe hacer. A mandar. Como si fuera un caudillo.
Que este no es el PSOE de antes es evidente: antes el PSOE bregaba para representar a las mayorías de la nación española. Ahora es el partido de Sánchez: adhesión inquebrantable y prietas las filas.