24 horas
Francisco Pomares
Si está usted leyendo esto el miércoles por la mañana, sepa que faltan apenas 24 horas para que el Congreso de los Diputados elija la mesa que lo gobierna, y aún nadie tiene la más mínima idea de lo que va a ocurrir. Y se están poniendo cada vez más nerviosos, porque todo depende de lo que decida Puigdemont, que a cada hora que pasa sin que le llamen del PSOE, se pone cada vez más juguetón. Su anuncio, secundado por los siete diputados de Junts, todos de su cuerda, decididos a hacer a ojos cerrados lo que ordene Waterloo, es que no dirá ni pío hasta el día 17, cuando empiece el baile, en el que su decisión es determinante. En las últimas horas se escuchan todo tipo de conjeturas alimentadas por Junts. Lo razonable sería esperar de Puigdemont que acabe apoyando una propuesta de mesa controlada por la izquierda, que es la que está dispuesta a negociar con él la amnistía, la deuda catalana, la condonación de los pecados y la bula quelibra del pasado. Pero Puchi es mucho Puchi: fiarse de un tipo que se la jugó toda a la carta del procés, que incendió conscientemente las calles de Cataluña y que ha sido capaz de resistir en su exilio sin despeinarse el casco de playmobil, supone asumir el riesgo de que los pronósticos no se cumplan. El hombre tiene ganas de demostrarle a Pedro Sánchez que es capaz de todo, y a lo peor empieza lanzándole un órdago en la mesa. Hay que reconocerle a Sánchez cierta capacidad de abstracción: dio a los suyos la instrucción de no decir ni pío, y sigue ahí, agotando hasta el último minuto sus vacaciones en La Mareta, y representando estoicamente el rol de alguien que escucha llover y piensa que esto no va con él.
Pero de momento, a pesar de las bizarras presentaciones de los medios amigos, a pesar de los sesudos análisis, todo sigue más cerca de la lectura de los posos del café y las tripas de las ocas o la interpretación del vuelo de las águilas. Porque solo Puigdemont sabe lo que va a ocurrir. La cosa está en un cerrado empate a 171 diputados para elegir una mesa, que será determinante para facilitar u obstaculizar en una u otra dirección la investidura. El empate se deshace de diversas maneras: Puigdemont vota con la izquierda y la candidata del PSOE, Francina Armengol, es automáticamente presidenta. Pero si Puigdemont se abstiene, vaya usted a saber la que se lía. Y nadie va a saber lo que votarán los de Puigdemont en la elección de la Mesa si Puigdemont no quiere. De momento, Coalición –también inclinaría la balanza- sigue insistiendo en que votará a un candidato del PNV. Pero el PNV no ha propuesto aún ese candidato. La impresión es que en estas 24 horas el mundo pertenece a los más osados, pero lo de Coalición creo yo que se agota conformándose –tanto la señora Valido como el PNV- con colocar a un vasco en la mesa. Y en eso si es probable que el PSOE transija, aunque va a molestar a Bildu y al BNG, por lo menos.
Pero la espera nos enseña algo, y ese algo es la naturaleza esotérica y levantisca de esta legislatura que apenas empieza. Porque a pesar de los relatos que enfrentan hoy a los medios, cada día más convertidos en portavoces de intereses partidarios, la situación sólo nos desvela dos verdades realmente incontestables. La más obvia es que ni hay ni va a formarse en ningún momento una mayoría clara. La noche de las elecciones empezaron a vendernos que la única mayoría posible es la del Gobierno de izquierdas, pero no es cierto. Este es un Gobierno de ruleta. Pero salga quien salga cada votación en el Congreso va a ser un sufrimiento, como echar las cartas para adivinar el futuro. Y la segunda verdad –nos costará más acostumbrarnos a ella- es que Puigdemont va a ser quien decida en cada ocasión quien gobierna, como se gobierna, en qué gastamos el dinero, que se aprueba y que no se aprueba, y cuando se acaba la legislatura. Y tiene ganas de que se note. La Democracia española (sea eso lo que sea, y también hay dudas al respecto) va a pasarse lo que dure la legislatura secuestrada por un prófugo que eligió salir huyendo antes que dar la cara y sufrir con los suyos las consecuencias de sus actos. No fue precisamente muy valiente, pero le ha salido de lujo. No hay una mayoría ni va a poder sostenerse con un mínimo de estabilidad, excepto que el Gobierno que salga elegido decida entregar al prófugo la cartera, las llaves de la moto y las del chozo.
Y eso en medio de una bronca continua en las Cortes, con un Senado asirocado y su mayoría tentada con tirar del artículo 155. Y el Constitucional de tercera cámara. 24 horas escasas para empezar a despejar.