Librerías de la España vaciada
Andrea Bernal
Aquella extraña mujer que vivía con un gato negro llamado Pitágoras estaba creando – irremediablemente- una gran biblioteca en su casa de Lancelot.
El placer de pedir o comprar libros por internet se había convertido casi en un vicio.
Buscaba adquisiciones poco frecuentes y libros en lengua original. No importaba que el autor fuera chino o noruego, necesitaba tener hermosos ejemplares, necesitaba entender más allá de su propia lengua y adentrarse en el mundo oculto de cada escritor.
Su última adquisición había sido “La vida material” de Marguerite Duras. Había encontrado un económico ejemplar en iberlibro, y ya sabía que la espera sería larga -como de costumbre- debido a la insularidad. ¡Cómo disfrutaba de aquellos momentos en los que abría los acartonados paquetes habiendo olvidado ya el título de los ejemplares pedidos!
Que los libros “nadasen” y “volasen” tantos kilómetros constituía un acto poético.
Un lunes 27 de noviembre, un librero le escribió desde Pozoantiguo. La librería que protegía “La vida material” de Duras, se llamaba Robespierre, y se encontraba en un pueblo zamorano de no más de 150 habitantes. El libro venía de la España vaciada más profunda para vivir en una isla, donde una alocada mujer había decidido asentarse para leer, hablar con Pitágoras, observar y nadar.
Pensó en Pozoantiguo. Pensó en cartearse con aquel librero de la librería Robespierre. Le parecía de su misma especie.
Pensó en su infancia. Ella había vivido dos años de niña en Zamora. Zamora era el románico, era la bruma, era la piedra, era el gris, era el Duero, era Viriato, era el frío, era el silencio.
Había algo mágico en Zamora, sin duda muy diferente a su nuevo destino, a Lancelot.
Aquel librero anónimo llenaba de sabiduría una España vaciada, mientras ella poblaba de libros un destino turístico masificado.
Gracias a la librería Robespierre, su correspondencia siempre se mantuvo.