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¿Buen-vivir o política de cambalache?

 

 

Andrea Bernal

 

 

Que la política pudiera constituir un arte de buen-vivir, prácticamente basado en principios o claves de maestros o filósofos, es una utopía actual que algunos soñadores -como quien escribe estas líneas-trata de reflexionar una y otra vez.

 

¿Qué hicimos para llegar aquí? ¿Dónde están las responsabilidades? ¿Quién las asume?

 

La recogida de basuras de nuestras calles es un acto político, el cómo eliminar plásticos – recordemos los ensayos de Jesús Mosterín-, es un acto político, decir buenos días es un acto político. Son actos políticos porque nos interrelacionan con los demás y ponen en mí lo que de un para-ti constituye una mejora de un ámbito comunitario.

 

Escuchar una política sin fundamento, que no atiende a lo ecológico ni a nuestro “buen” vivir (no solo bien), a la salud (también mental), a la precipitación incongruente de una maquinaria absurda que nos hace vivir para trabajar, poniendo en riesgo parcelas biológicas y psíquicas del ser humano; provoca desesperanza, tristeza, enfado.

 

No asumir que vivimos en un país diverso, no asumir a nivel general pluralidades, no enlazar culturas ni apostar por la cultura interna, no mirar la historia -la nuestra, la de Cervantes, lo que somos, con orgullo- es un riesgo extremo de reduccionismo y empobrecimiento de un país.

 

Miramos el ascenso de temperaturas en octubre sin preocupación, celebrando un junio otoñal. No nos paramos a pensar en las consecuencias. Y ellos, nuestros políticos, se acostumbran a lo que nunca debieron acostumbrarse.

 

 

¿Dónde se vive hoy la verdadera política? No en el Congreso.  La incongruencia y el espectáculo parlamentario han hecho perder la poca fe en una posibilidad de buen- vivir.

 

La verdadera política, sin embargo, se encuentra en sitios aparentemente pequeños.

 

Existen centros cívicos y asociaciones sin ánimo de lucro donde se ven absolutas maravillas. Personas que ayudan a otras, mejora de vecindarios, proyectos culturales, dinamización, soluciones a drogadicción, acompañamiento a enfermos, a ancianos, comprensión e intercambio de lenguas, aprendizaje colectivo de la diversidad…y un largo e infinito etc., que abren la puerta a creer que otra política es posible.

 

Es posible que, para cambiar, necesitemos hacer autocrítica y replantearnos nuestro modo de vivir.  La política debería transformarse en ese gran cuidado de sí construido por nosotros mismos, y no un gran Leviatán en la rueda de los locos.

 

Pero seguimos des-preocupados por lo importante, atendiendo a lo urgente y no a lo importante.

O como decía Gardel, “vivimos revolca’os en un merengue y, en el mismo lodo, todos manosea’os”

 

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