Verdades que son mentira
Equivocarse no es siempre lo mismo que mentir. La diferencia entre mentir y no hacerlo radica en la intención, no en la exactitud de lo que se dice. Se miente intencionadamente (mentir implica necesariamente el tener voluntad de hacerlo) cuando se facilitan datos o informaciones cuyo objetivo real es engañar. Un viejo axioma del periodismo clásico asegura que “la primera víctima de la guerra es la verdad”, y yo lo suscribo: en la guerra ambos bandos mienten sistemáticamente, para confundir al adversario, para ocultar su posición, para obtener ventaja propagandística… Clausewitz consideraba la guerra continuación de la política, porque atribuía al conflicto bélico moderno una clara esencia política. En la concepción del general prusiano, un hombre con una cabeza moderna, relegado por la Corte de Prusia por ser partidario de reformas militares y sociales, la guerra se define por el odio y la violencia; y por la intervención del azar y las probabilidades. Odio y azar definen igualmente la política, y condicionan la manera en la que nos acercamos a su análisis e interpretación.
En la guerra la verdad no es poliédrica, es banderiza. La verdad no puede ser la misma para quienes declaran una guerra y quienes la sufren. Es por eso lógico que en la guerra el lenguaje se alimente de mentiras, trapisondas y engañifas. Si fuera cierto que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, como defendió Clausewitz, habría que aceptar que la política sea también un escenario propicio para la mentira. De hecho lo es: la mentira se ha convertido en consustancial a la política, al debate público, a la confrontación partidaria. Es el común denominador de los razonamientos repetidos en los argumentarios con los que hoy se construyen las intervenciones de nuestros líderes en los medios de comunicación y las redes sociales. La mentira sostiene el teatrillo de sombras, poblado de argumentos falaces y declaraciones fraudulentas, que contamina y condiciona hoy toda acción política. Un teatrillo en el que lo importante ha sido sustituido artificiosamente por lo accesorio, lo liminar, lo que conviene, lo inútil. Lo falso.
Y a eso iba… la Encuesta de Población Activa desveló ayer que el empleo ha crecido en España en 603.900 personas en el segundo trimestre, superando el récord de 21 millones de personas empleadas. La conclusión es que jamás antes habían trabajado tantas personas en España, lo que implica un acierto de las políticas del Gobierno, por ejemplo la imposición de aumentos obligados a las empresas de hasta la mitad del salario mínimo interprofesional. Cuando se planteó esa medida, algunos economistas explicaron que podría tener un impacto negativo en la economía y la vida de la gente, porque miles de pequeñas empresas, que sostienen el 80 por ciento del empleo, quizá tuvieran que despedir gente o reducir jornadas para asumir las subidas sin ir a pérdidas y eventualmente a la quiebra. No crearía más trabajo.
Se trataba de un argumento razonable, o al menos plausible: si las pequeñas empresas tienen que pagar más a sus trabajadores peor pagados, hasta un 40 por ciento más, podría ocurrir que optaran por reducir el empleo efectivo. Pero el Gobierno lleva casi dos años destruyendo esa posibilidad con los datos de la EPA: más empleo que nunca, nos han dicho. Y ahora resulta que se nos ha ofrecido un dato que falsea la realidad. Porque es verdad que España emplea hoy un dos por ciento más de trabajadores que en 2008, cuando estalló la gran crisis financiera y económica. Pero es sólo parte de la verdad: porque el número de horas trabajadas en el país se ha reducido hasta un siete por ciento desde entonces. España tiene medio millón de trabajadores más que hace década y media, pero se trabajan 50 millones de horas menos que en 2008. Los empleados españoles trabajan ahora 33 horas semanales (6,40 horas al día), frente a las 36,5 horas que trabajaban cada semana en 2008 (7,20 horas diarias). El descenso se debe fundamentalmente al trabajo a tiempo parcial, a las contrataciones por seis horas en miles de pequeñas empresas, para seguir pagando los mismos salarios que antes se pagaban por ocho horas.
Desde 2008, el número de trabajadores a tiempo parcial ha crecido en 409.000 personas, frente a un repunte de sólo 96.000 personas con trabajo a tiempo completo. Por eso no crece la productividad. Es mentira (no un error, es intencionado) decir que hay más empleo. Hay exactamente el mismo, pero se ha repartido, creando trabajadores cada día más pobres.