Uno que lo adelanta
Francisco Pomares
En una jugada sorpresa, que probablemente no conocían ni siquiera la mayoría de sus compañeros de lista (y estoy seguro de que tampoco sus colegas de la ejecutiva regional del PSOE) Pedro Martín sorprendió el pasado martes renunciando a su puesto de Presidente del Cabildo tinerfeño en su primer discurso, tras haber sido nombrado como cabeza de la lista más votada. Su dimisión no es sólo un acto bastante infrecuente en estos tiempos en los que el personal se aferra a los cargos como a la vida. Es sobre todo un acto de habilidad política y de cordura personal. Evita ser censurado, lo que no es plato de gusto para nadie, y menos para quien ha sido el más votado en unas elecciones, y fuerza la elección por el procedimiento de votación mayoritaria –el mismo que se aplica en el resto de las elecciones locales- de quien ha de sustituirle. Al evitar la censura, Martín no solo se protege a sí mismo del mal trago, también deja libres a los consejeros del PP que integran la actual mayoría para negociar en el futuro una hipotética censura contra Rosa Dávila, que en el caso de haber censurado a Martín no podrían apoyar, porque la ley no permite que los consejeros voten dos veces contra un presidente en un mismo periodo de mandato. Martín le ha regalado un buen paquete de munición al PP para presionar y exigir a Dávila y le ha colocado en la oreja un pinganillo perverso que ha de recordarle en cada diferencia, en cada discusión o desacuerdo con el PP, que su continuidad al frente del Cabildo ya no está tan garantizada como ella habrías deseado.
La futura presidente del Cabildo gana unos días, probablemente se hará con el poder cabildicio unos días antes de lo esperado, pero va a estar algo menos tranquila. No por lo que pueda ocurrir ahora, con el pacto ya firmado, y firmado con un personaje serio, ecuánime y cumplidor de sus compromisos como es Lope Afonso, sino por las cosas que podrían ocurrir en el futuro si las condiciones cambian. No es algo que deba desvelar a la señora Dávila, pero ha sido una buena jugarreta, un jarro de agua fría a una Presidencia que –de mediar la censura contra Martín- habría sido mucho más relajada.
La señora Dávila no tiene un pelo de tonta: cuando Martín anunció su decisión de renunciar, alegando el deseo de facilitar una “transición ordenada” (como si el cambio en la presidencia de una corporación insular fuera una operación militar wagneriana), la presidente in pectore le dio las gracias al renunciante por facilitar las cosas y alabó su mesura, sensatez y buen hacer. Fue un ‘toma y daca’ híbrido entre juegos florales y cruz de navajas, en el que los dos quedaron muy bien, perros viejos ambos en el arte de sacarse el cuero con elegancia.
Martín, se mantendrá en su puesto hasta este lunes, en que se celebrarán dos plenos: uno para informar de su ya anunciada renuncia, y otro, un rato después, para votar el nuevo gobierno de la isla, y elegir a Rosa Dávila como primera mujer presidente del Cabildo de Tenerife, gracias a los votos de coalicioneros y populares.
Al final, lo que queda es la sensación de que Pedro Martín abandona el Cabildo con estilo, pero resentido por un resultado que no esperaba, y dejando abierta la puerta a que pueda existir en el fututo una opción de mayoría distinta a la de Coalición-PP. No es una opción que él pueda llegar a aprovechar nunca, pero se ha dado el placer de darle a Lope Afonso más poder del que tenía antes de su dimisión. Ahora le toca enfrentarse a unas elecciones legislativas en las que peleara por el Senado, teniendo en principio las de ganar. Es poco probable que los votantes de Tenerife le den la espalda a quien ayer votaron mayoritariamente. Es verdad que en estas elecciones no contará con el empuje de la estructura municipal socialista en Tenerife, la más importante y mejor entrenada para ganar elecciones hoy en la isla. Pero también es verdad que sus rivales en la pelea por el Senado, incluso la rival de su propio partido, están en la misma idéntica situación. Martín será probablemente elegido senador, si no ocurre ninguna desgracia imprevista durante unas elecciones que Pedro Sánchez ha convertido de nuevo en un plebiscito sobre su persona.