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Trump bis

Francisco Pomares

 


Lo peor que tiene la democracia es que no siempre nos da la razón. La mayoría de los análisis que he leído o escuchado sobre la aplastante, incontestable y brutal victoria de ese delincuente convicto que es Trump, pretenden explicar por qué los estadounidenses se han equivocado al apoyarlo, y –en general- prestan una especial importancia a la responsabilidad del Partido Demócrata en los resultados. Si los demócratas hubieran obligado al presidente Biden a retirarse de la carrera con tiempo suficiente tiempo para preparar un candidato, si los demócratas hubieran sabido vender que Trump es un peligro, si los demócratas hubieran logrado evitar que el Partido Republicano se convirtiera en un club al servicio de un fascista… Lo que me sorprende es no haber escuchado a ninguno de nuestros sesudos analistas reconocer que el 51 por ciento de los votantes americanos han considerado que Donald Trump es para ellos un mejor presidente que Kamala Harris. Y eso es exactamente lo que ha ocurrido, aunque a la mayoría de los que vivimos fuera de USA no nos guste que un golpista tramposo se convierta por segunda vez en presidente. Preferimos señalar el gravísimo error cometido por el pueblo estadounidense obviando que no todo el pueblo votó a favor de Trump, aunque sí los suficientes para que ganara.

 

¿Quiénes le votaron? ¿Fueron 71 millones de chalados fascistas? Parece que le han votado más varones –quizá resulta que EEUU aún no está preparada para que gobierne una mujer-, más latinos –son más conservadores, tradicionales, católicos-, más jóvenes –la polarización les pone- y muchísima más gente de clase trabajadora, y sin estudios, pobres ignorantes. Pero sobre todo, a Trump le ha votado el campo, masivamente, sin fisuras, en todos los estados, incluso en los estados urbanos en los que ha ganado Kamala, sus zonas rurales han votado a Trump. Ha ocurrido hasta en California y Nueva York. Son esos estadounidenses del campo –la mayoría del país- los que se han volcado masivamente en apoyo de Trump y le han dado la victoria. Gente conservadora, con prejuicios raciales, religiosos, sexuales, gente en dificultades económicas, alterada por la imposición oficial de la cultura woke, los que le han hecho presidente. Más del 80 por ciento de la América rural le ha votado a él. Por el contrario, en las ciudades el apoyo a Trump no ha superado en ningún caso el 45 por ciento. A los demócratas les quedan los restos de las élites y las menguantes clases medias urbanas, una alianza contranatura amenizada por artistas, músicos y gente de éxito.

 

Se trata de un fenómeno de división del voto territorial conocido en casi todas las latitudes, pero que se ha extremado hasta niveles nunca vistos. El discurso ruidoso, populista y antisistema de Trump ha logrado coronar su propia elegía Hillbilly. Trump ha articulado un ejército de seguidores empobrecidos, decididos a recuperar el tiempo y el espacio perdido en la batalla cultural contra la modernidad, el cosmopolitismo, el establishment y la globalización. Por eso ha ganado por goleada.

 

Y no sólo la Presidencia, también el Congreso, el Senado y la bolsa de los gobernadores. Es difícil no darle importancia al hecho de que Trump va a mandar sin contrapoderes. En términos prácticos, va a poder hacer lo que se le antoje, ente otras cosas, rematar con éxito la operación de poner al Supremo a su servicio. Con eso, estará en condiciones de escapar de los procesos abiertos contra él, de aprobar los cambios que ha prometido, y de contar con el apoyo de los visionarios del mercado: Bitcoin se disparó ayer a 75.000 dólares para celebrar su triunfo, y Elon Musk prepara una reforma revolucionaria de la administración federal, para hacerla más rápida, menos burocrática y más eficaz. Y también, por supuesto, más leal a Trump.

 

Más preocupante para los que no vivimos en Estados Unidos ni tenemos intención de hacerlo, es en qué puede derivar su política exterior. Es cierto que este Trump bis ha sido más cuidadoso que el de hace ocho años. Ya no habla del muro, sólo de echar a los inmigrantes, ya no quiere disolver la OTAN, sólo que sean otros los que la paguen. Las dos iniciativas más aterradoras que va a plantear son dejar a Ucrania abandonada a su suerte, y avanzar hacia una guerra arancelaria con China que hundirá el comercio mundial y calentará la zona del Pacífico.

 

Vienen tiempos muy peligrosos. Incluso si no pasa nada, va a ser duro.

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