Trampantojo presupuestario
Francisco Pomares
El año pasado, la consejera Noemí Santana realizó una modificación de crédito de once millones de euros sobre la partida para la atención a la Dependencia, que inicialmente era de más de 220 millones. Lo más chocantes que la consejera sacó el dinero de Dependencia para meterlo en su mayor parte en la partida de dirección política, que es la que se utiliza para contratar asesores y/o tiralevitas, contratar informes ad hoc y otros gastos relativos a propaganda. Con la que estaba cayendo en 2021 sobre la gestión de la Dependencia, y teniendo en cuenta que la consejera se pasó el año responsabilizando a la falta de recursos de todos los problemas que afrontaba su departamento para atender a las personas más necesitadas, la decisión de Noemí Santana podría haberse interpretado de muchas maneras. La primera, es que la consejera no fuera realmente consciente de lo que estaba haciendo, no comprendiera que esa decisión –de conocerse- podía ser como un tiro que se habría disparado ella misma la sien, pensando que nadie se iba a enterar de ese cambio. Quizá Santana actuara realmente por pura ignorancia, fruto del absoluto desconocimiento de la consejera –después de años de Gobierno- de que el dinero público se cuenta y recuenta y siempre deja huella en los presupuestos cuando se mueve de una partida a otra. La cosa es que hay que vivir en otro mundo para no ser consciente del impacto que causaría en la gente saber que se había decidido el traspaso de once millones de euros desde Dependencia a Dirección Política.
Pero yo no creo que la consejera sea tan tonta. Creo que más bien realizó este cambio –que a pesar de la evidencia documental negó en la última sesión de la Comisión Parlamentaria de Derechos Sociales haber realizado-, porque se creyó más lista de lo que realmente es. ¿A que me refiero? Es sencillo. La clave de la historia no es porqué Santana sacó dinero de la partida destinada a atender a quien más lo necesita para colocarlo en la partida de sus gastos políticos. La clave es que hizo eso no para gastarse el dinero, sino para maquillar las cuentas y presentar una realidad distinta a la real. Santana se marcó un trampantojo presupuestario: quitó dinero de Dependencia para que no quedara constancia de que había sido incapaz de gastárselo y que la excusa de falta de recursos para llevar a cabo una gestión correcta es –por tanto- completamente falsa. Es tan así, que también quitó cinco millones de la partida de Dirección administrativa, para pasarla a la de Dirección Política. Si no te gastas ni el dinero que tienes, no puedes ir diciendo por ahí que lo que ocurre es que no te llega con lo que te dan. Al traspasar los cuartos, Santana redujo la partida de Dependencia de 220 a 209 millones y con lo que quitó de Dependencia y de Dirección Administrativa, aumento la de Dirección política en 16 millones, pasándola de tres millones y medio a 19 millones y medio.
Pero después de cambiar el dinero de sitio no se lo gastó, completando así la operación de disimulo. Con ese cambio, la incapacidad de gastar lo presupuestado en Dependencia se convirtió en dinero ahorrado en Dirección Política, y eso a pesar de que casi duplicó el dinero efectivamente dedicado a asesorías y conmilitones. En una lectura superficial de las cuentas, figurará que ha gastado más porcentaje de lo que efectivamente gastó en Dependencia, y que le han sobrado hasta once millones de lo que disponía para despilfarrarlo en saraos de diverso tipo y pelaje. Cuando lo cierto es que el año pasado empezó con una asignación de tres millones y medio, y se pulió alegremente más de cinco.
Una presentación creativa de las cuentas no resuelve el problema central de la consejería de Derechos Sociales, que es la incapacidad de ejecutar siquiera el presupuesto que tienen, y eso que desde que llegó a la Dirección General Marta Arocha se han puesto a distribuir ayudas económicas como si no hubiera un mañana. Pero la situación dramática de miles de dependientes olvidados no se arregla repartiendo paguitas de consolación a los familiares, ni jugando al disimulo. Se arregla con una gestión mejor, usando hasta el último euro de los recursos de que se dispone y trabajando más. Los artificios contables nunca han resuelto los problemas.