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Sobrevivir a este agosto

Francisco Pomares

 

 

Casi un mes, por prescripción del director, ausente de la cita diaria con ustedes, y no sé por dónde empezar a darles la vara: nuestro tiempo es elástico y ruidoso, en un día cabe lo que antes nos traía un mes, y en un mes lo que hace algunos años podía ocurrir en un lustro entero.

 

Han pasado en este ferragosto, uno de los más calurosos de las últimas décadas, con temperaturas extremas que han achicharrado montes y bosques, y destruido cosechas, pero no han podido con el turismo… han pasado más cosas que en diez agostos anteriores.

 

Algunas han sido noticia destacada en los medios internacionales, como la abracadabrante fuga de Carles Puigdemont, que dejó al Gobierno en ridículo, pero a cambio permitió la investidura tranquila de Salvador Illa. O la exitosa ofensiva de Ucrania en territorio ruso, que no cambia la situación de la guerra, pero humilla a Putin y minimiza sus operaciones de reconquista. O el masivo fraude electoral en Venezuela, que mantiene a Maduro en el poder, pero le aísla y permite señalar a sus cómplices en todo el planeta. Otras tienen un alcance más local, como el previsto e imparable aumento de la llegada de emigrantes a las islas; el silencio inaudito del PSOE y el Gobierno sobre que sistema de financiación es al que se ha comprometido con los republicanos de Esquerra, o el adelanto por Sánchez del congreso del PSOE, para tapar los conflictos domésticos que aquejan a su partido.

 

Otras, en fin, son noticias que nos revelan una trasformación constante de las actitudes y comportamientos de esta sociedad humana, cada día más atada a la virtualidad artificial de las nuevas tecnologías, instalada en la aceptación acrítica de los discursos dominantes y la desaparición de referencias que antes nos definían y hoy ni siquiera nos acompañan. De un acontecimiento internacional basado en el espectáculo y el deporte como las Olimpiada de París, me quedo con el cambio de tendencia – si no de paradigma- que supone la pérdida del valor de la deportividad como principio rector del evento. Hemos visto a decenas de deportistas que no lograron el oro frente a algún compañero mejor dotado o con más suerte, reaccionar maleducada o violentamente, lloriquear frente al podio, o quejarse amargamente de lo injusto que es ser número dos. Hemos visto aceptar sin debate alguno cosas como que el breakdance se convierta en deporte olímpico, cuando el judo ha dejado de serlo, o que la provocación, la idiotez y el mal gusto se instalen como principal oferta del show televisado y universal de la presentación y el cierre de los jolgorios olímpicos. El deicidio de Pierre de Coubertine, parisino y fundador de los juegos modernos, y su absoluta exclusión de los fastos de la tercera edición de las Olimpiadas de París, nos ha recordado que el barón –fallecido en 1937, dos años antes del inicio de la II Guerra Mundial- fue -¿quizá cómo tantos de sus coetáneos?- machista, papista, xenófobo, clasista, colonialista, misógino, monárquico y -por si fuera poco-, también amigo de Hitler, esto último porque no se opuso a la celebración de los juegos en Berlín, a los que –por cierto- no asistió.

 

Nuestra cultura oficial dejó de lado hace ya mucho tiempo aquel aserto del escritor británico Leslie Poles Hartley que asegura que “el pasado es un país extranjero, [y] allí las cosas se hacen de forma diferente”. Juzgamos a nuestros antiguos con los códigos de hoy, y con ellos no hay quien se salve: desde el genocida Colón al maltratador Galdós, desde el franquista Unamuno al machista García Márquez, desde el pederasta Carroll a la racista Riefenstahl, nadie se salva ya del trabajo de difamación de los asépticos científicos del presente, armados con el escalpelo de la corrección política. No sé que harán nuestros nietos cuando les toque analizar este mundo nuestro, a sus protagonistas y sus noticias de infarto que se sostienen apenas al asalto de unas horas. Pero espero que tengan más clemencia en su juicio del mundo de hoy y quienes lo poblamos que la que nosotros tenemos con la gente de ayer.

 

Se acabó agosto, vuelta a lo de siempre, sin que lo de siempre –la mediocridad, la vileza, la ausencia de juicio crítico, las mentiras impostadas, la avaricia y el desdén por la visión ajena- se fueran nunca. Y volvemos a lo mismo: los mismos protagonistas, las mismas historias reiteradas hasta el muermo, la culpa siempre de ellos -los otros-, y el recurso infinito al victimismo y la defensa pública de derechos que no comportan responsabilidad alguna. El regreso a las políticas del populismo, a la razón de las mayorías, al analfabetismo como prenda a lucir, al revanchismo y la falacia.

 

Bienvenidos a este inaugurado septiembre: que el pasado nos coja confesados, y los Gobiernos nos dejen tranquilos. Yo prometo portarme mal.

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