Secretos al oído
Francisco Pomares
En un breve discurso previo a la votación para convertirse en presidente del Gobierno, Fernando Clavijo se refirió a la película de 1993 Groundhog Day, una comedia romántica de Harold Ramis espantosamente traducida como Atrapado en el tiempo en España, pero conocida en el mundo hispano y entre los cinéfilos por su traducción literal El día de la marmota. La pelicuenta la historia de un hombre del tiempo interpretado por Bill Murray, un tipo frustrado, harto de su trabajo, egoísta y grosero que trabaja para una tele local, y que a partir de la cobertura televisiva del Día de La Marmota –un sistema de predicción del final del invierno, que requiere de la intervención de una marmota recién desinvernada- se ve metido en una suerte de bucle temporal, que le lleva a repetir el mismo día eternamente. La peli es simpática y optimista, y su título correcto se emplea coloquialmente para señalar la reiteración obsesiva de situaciones, comportamientos y resultados. No tengo ni zorra idea de porque Clavijo la metió ayer en su discurso, pero creo que quería decir algo así como que hay que su nuevo gobierno va a intentar romper con todo lo que no funciona. Sesudos expertos en clavijología consideran que el hombre ha vuelto al poder más curtido, reflexivo y sabio de lo que era cuando lo perdió. Puede, pero yo lo que lo veo es más friki: el otro día citaba al galáctico Yoda en su discurso de investidura, y ayer le dio por esta peli. Visto lo visto y puestos a citar, yo creo que tocaba más Días Extraños, un filme ciberpunk de 1995, que dirigió Kathryn Bigelow sobre un guión bastante siniestro de su marido, James Cameron, el de los avatares azules. Porque, aunque sea cierto que lo que se cuece en la política canaria suena a Día de la marmota, yo me atrevería a jurar que lo que ha pasado estas últimas semanas encaja más en lo extraño, lo bizarro, lo chocante: sorprendente han sido la absoluta derrota de Podemos en Canarias, o el finiquitado de Román Rodríguez como diputado (resuelto con sueldo, coche y secretaría a cargo del grupo parlamentario), o la melancólica perturbación que parece haberse adueñado del –hoy sí- ex presidente Torres, o la fulminante recolocación en el mapa del patrón de La Gomera, o –sobre todo- el trasiego atronador de sinvergüenzas, tiralevitas y babosones varios que se apresuran a cambiar de bando a la velocidad de la luz. Puestos a hablar de pelis, es como en La marabunta, pero en vez de hormigas, lo que asoma por todos lados son cucarachas.
A ver: uno lleva muchos años presenciando relevos y cambios, y no es que las abjuraciones públicas resulten poco usuales. Quizá por eso se descolgó ayer Manuel Domínguez, que es un hombre con sentido de la lealtad, asegurando que en el nuevo Gobierno podrán surgir conflictos, pero nunca traiciones (al menos por su parte, puntualizó) Pero nunca antes que ahora había visto tanto movimiento, tanto ridículo esfuerzo por cambiar de chaqueta y tanto sorprendente silencio, cuando no alabanza. Sospecho que tiene que ver con la percepción de un inevitable cambio de ciclo, desde la zurda a la derecha, que va más allá de este territorio archipielágico.
Pero hay cosas que resultan aun así chocantes: la que más me chocó a mí ayer fue la ferviente secuencia de aplausos de Román Rodríguez tras la votación que convirtió a Clavijo en presidente, o su abrazo más allá de la cordialidad o la cortesía, esos treinta segundos en los que el canarista retuvo junto a su pecho al ya presidente y le dijo algo al oído. Cuando se soltaron, Román siguió aplaudiendo con una sonrisa de oreja a oreja. Es sin duda un hombre muy bien criado, Román, pero yo daría una pelota de goma usada por saber qué diablos le dijo Román a Clavijo en ese medio minuto largo.
Y por si las moscas un dato para imaginar confidencias: antes de la ruptura de Coalición Canaria, protagonizada por el desencuentro de Román y Paulino Rivero a cuenta de la alternancia, y que acabó por costarle a Román su reelección como presidente en 2003, el nacionalismo canario representado por Coalición se había movido en las elecciones regionales entre el 33 y el 37 por ciento de los votos. Desde 2015, la suma de Coalición y Nueva Canarias roza de forma sostenida el 30 por ciento. Coalición ha subido sus resultados desde 2015 a 2023 en algo más de tres puntos. Nueva Canarias baja un punto cada año. Quizá sería ocasión de echarle una pensada. Y quizá el momento de hacerlo sea después de la peli (de terror) que para el nacionalismo canario va a llegar tras las elecciones generales.