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Realidades paralelas

Antonio Salazar

 

Se empeñan nuestros dirigentes en proclamar que nuestra economía va como una moto. Incluso, de cuando en cuando, ebrios de arrogancia se atreven a decir que en realidad va como un cohete. El relato político va por un lado y la realidad por otra. Es cierto que para poder sacar pecho de forma obscena como hacen, algún dato debe servirles como percha pero hay pocos que superen la prueba si son escrutados críticamente. El empleo, por ejemplo, está en máximos y se intenta vender que esos nuevos empleados cuentan con trabajos de calidad cuando lo que se observa meridianamente claro es que hemos incorporado los minijobs alemanes a nuestra realidad, eso sí, cambiándoles el nombre no sea que recordemos la opinión que les merecía a nuestros dirigentes tales empleos. Existe mucho subempleo y demasiadas personas trabajando menos horas de las que desearía. Hay un problema grave de productividad y, como es normal con el posicionamiento ideológico de este gobierno, pretenden responsabilizar al empresariado como si fuera la única causa de que ocurra. Y no lo es, claro. Hay problemas de falta de formación con una universidad pública completamente divorciada de la realidad económica y social, lo que hace las delicias de las universidades privadas, mucho más ágiles a la hora de adecuar sus programas educativos… después de ser sometida a una tortura burocrática sencillamente imperdonable y empobrecedora.

 

No es mentira que haya una relación entre la empresa y la pérdida de productividad pero cabría preguntarse las razones para que ocurra. España tiene un problema enorme con sus empresas, que ni son muchas ni tienen demasiado tamaño. Las empresas más grandes pagan mejor, son más productivas y sortean mejor los periodos de crisis pero jamás oirá usted a un político decir que es necesario contar con más de ellas. Al contrario, cuando se fijan en ellas es con ojos lascivos para crujirlas a impuestos o crearles nueva regulación. Siempre hablan de las pequeñas y medianas, que son más sensibles a los cantos de sirena de las subvenciones y ayudas. Un desatino que tiene consecuencias.

 

España pierde ritmo y competitividad pero la orquesta del Titanic sigue como si nada. Hace unos días supimos que, a finales de 2023, con datos de Eurostat sobre consumo per cápita, es decir, los bienes y consumo que adquieren las familias, un indicador de bienestar, nuestro país se sigue alejando de la media europea. Tanto que hasta Rumanía nos ha superado en consumo ajustado al poder adquisitivo, lo que en la práctica significa que un natural de aquel país compra más bienes y servicios con su salario que nosotros con el nuestro. No es el único indicador que nos separa de la media europea pero de esto no oirá nada, empeñados como están algunos en jalear al gobierno con estruendosa trompetería.

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