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Pobres millenials

Por Álex Solar

 

No entiendo a los "millenials", esa generación que nace en las postrimerías del siglo XX y en la alborada del presente. Debo decir que tengo bajo mi alero a dos , por lo tanto debería ser más indulgente o comprensivo. Pero me hago viejo y no comparto su falta de ideales, o al menos los que parecen sustentar sus vidas basados en un materialismo ramplón.

 

Los millenials me parecen egoístas de nacimiento, primero yo, segundo mi smartphone, tercero mis tatuajes, mis zapatillas y mis sábados por la noche. ¿Les hemos mimado demasiado? Eso dicen algunos, a mí me parece que es posible que hayamos querido darles todo lo que no tuvimos. Especialmente quienes, como yo, nacimos en los tiempos del cólera, o sea sin Internet y en mi caso hasta sin TV en color.

 

Un conocido crítico musical, hombre de mi generación, se quejaba de que en los programas de búsqueda de talentos (los únicos que hacen de la música su argumento en la actualidad) los jóvenes aspirantes demostraban una supina ignorancia de la música anterior a la del último hit de los Nosecuántos principales. Para estos candidatos a modernos bisbales o chenoas, no existe el jazz (qué aburrimiento, una música instrumental sin voces) ni saben quiénes eran los "cantautores", a los que confunden con un Pablo Alborán, por ejemplo.

 

El fenómeno es universal, y la falta de cultura o de memoria es también visible en los jóvenes de mi país de origen. Hace algún tiempo me visitaron unos chicos universitarios chilenos, amigos de mi hija, con los que departí en más de una ocasión. A uno, que era profesor en un colegio, le hablé de Jorge Edwards, el Premio Cervantes chileno y autor de celebradas novelas del boom latinoamericano. No sabía muy bien quién era y mucho menos había leído sus obras.

 

En el tranvía de Alicante, hace unas semanas, escuché a unos chicos hablar con acento chileno. Intentaban hacerse entender de unas compañeras de Universidad, francesas. Me acerqué para preguntarles si ya no se enseñaba la lengua de Moliére en ese país, donde yo la aprendí en la escuela pública. Me respondieron que no, que apurados iban con el Inglés.

 

La Universidad, en mis tiempos, era todavía un ágora donde discutíamos sobre política, arte, o buscábamos la manera de devolverle a la sociedad lo que considerábamos un privilegio: formar parte de su élite o vanguardia. Ahora las Universidades me parecen factorías de profesiones donde los alumnos salen medianamente preparados, ya que el resto lo aprenderán, si tienen suerte, en sus futuros puestos de trabajo.

 

Pobres millenials, qué negro panorama tienen por delante. Menos mal que ya soy tan viejo que no llegaré a verlo.

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