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Parque o parquin, he ahí el dilema

 

 

Myriam Ybot

 

Existe una convicción fatalista en Lanzarote por la cual nadie duda de que la posibilidad de un transporte público colectivo, operativo y eficiente, es una suerte de utopía. Pese a reconocerse las ventajas de la reducción general del tráfico y la envidiable belleza y calidad de los lugares peatonalizados, no hay quien defienda la posibilidad de importar ese modelo a nuestra geografía. Que en la isla necesitas coche es un argumento tan asumido como que para vivir necesitas agua. Y punto pelota.

 

El imaginario en este sentido está tan arraigado —a los 18 te sacas el carné y compartes el coche o, si puedes, te compras uno— que la reivindicación social de un servicio de guaguas con frecuencia suficiente y que alcance cada rincón del mapa insular es inexistente. No hay plataformas, ni manifestaciones, ni artículos de opinión, ni debates radiofónicos. A lo sumo, la obligada referencia en los programas electorales de todos los partidos políticos, mantenida cada cuatro años junto a la rehabilitación de las salinas abandonadas, la construcción de un auditorio de categoría o el plantado de árboles, por citar solo algunas de las más resistentes a perder vigor en cada cita con las urnas.

 

Por eso no es de extrañar que en el proceso participativo en el barrio capitalino de La Vega, para consultar a la vecindad sobre los posibles usos que le darían al futuro parque de Cabo Pedro, pocas personas se atrevieran a soñar, y la mayoría expresara su temor ante el potencial desmantelamiento del actual parquin espontáneo generado en la parcela. Lo primero es lo primero, y la pesadilla de buscar estacionamiento en la vía pública la conoce bien quien reside en la ciudad. Después vendrá una zona de encuentro comunitario con árboles y fuentes, espacio infantil, un coqueto kiosco, perímetro para la práctica deportiva y el molino restaurado como elemento referencial y motivo de orgullo de sus habitantes. Después.

 

Ha querido la casualidad que en los días de celebración de esta cita para la reflexión, convocada por la Reserva de la Biosfera, estuviera yo quedándome en un apartamento prestado en Matagorda, en una suerte de tra-baja-ciones de esguince, ordenador y tumbona. Y que me viera en el brete de tener que asistir a alguna que otra reunión en Arrecife, para lo que opté por desplazarme en guagua.

 

Como no soy ajena al clamor popular, me aproximé al servicio con el mantra martilleándome en la cabeza: En Lanzarote, necesitas coche. Y como en definitiva, en todas las ocasiones llegué a mi destino y lo hice con puntualidad, me doy por satisfecha. Pero igualmente diré que quedé sorprendida ante la cantidad de gente que desafía la maldición y acude al transporte público. He viajado en vehículos literalmente atestados, a los que he accedido reduciendo a cero el espacio físico con el anterior pasajero. He aguantado bajo el sol más de media hora en paradas sin marquesina y he visto a hombres desesperados increpar al conductor al no poder acceder al bus después de esperas que se hacen interminables. Natural que se busquen alternativas. ¿Qué fue antes, el transporte colectivo deficiente o el parque de coches privados desbordado?

 

La gallina.

 

 

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