Mal perder
Francisco Pomares
Es duro ganar unas elecciones y no poder gobernar. Eso es lo que le ha pasado a Ángel Víctor Torres, que ayer se descolgaba con unas sombrías declaraciones, en las que cuestionaba los acuerdos de gobernabilidad que empiezan a cerrarse en todo el archipiélago, y que parecen dar mayoritariamente a la segunda y tercera fuerza política de Canarias –Coalición y el PP- el control de la mayoría de las corporaciones de las islas donde no hay mayorías absolutas, y también en el Gobierno. Torres estaba ayer triste y desilusionado, hecho polvo por unos resultados que le dejaron conmocionado desde la noche electoral, y que no acepta íntimamente, como dejó palmariamente claro con su discurso, emborronado ayer tarde ante los micrófonos de los medios, nada más salir de la reunión de la ejecutiva de duelo.
Es razonable que uno se quede tocado después de algo así, y lo es también que cuando van pasando los días y al desánimo inicial se suman el cansancio y la creciente desafección de amigos y colegas que se quedan sin sueldo y sin coche oficial, cuando poco a poco los teléfonos dejan de incordiar a todas horas, cuando percibes que en las elecciones que Sánchez nos ha echado encima los resultados no podrán ser tan buenos, pues uno acabe con una depre de caballo. Les ha pasado a todos, incluso a políticos más bregados y con más recorrido que Torres.
Porque en política, lo normal no es ganar, sino perder.
Se pierde porque no te votan, y eso es duro, pero es aún más duro cuando se pierde porque no consigues los apoyos suficientes para poder gobernar, y entonces te echan del poder. Perder forma parte del manual de aprendizaje de cualquier político que quiera hacer carrera. Torres sufre en estos momentos por la aceptación de una realidad que para muchos parecía obvia: la realidad de que el Pacto de las Flores no lo había hecho tan bien como él nos decía (o como le decían a él); la realidad del hastío de muchos votantes con políticas ajenas a las preocupaciones e intereses ciudadanos, con la palabrería cantinflesca, y las descalificaciones e insultos; la realidad de un perceptible pendulazo en las preferencias electorales. Porque es verdad que Torres ha sido el más votado, y con diferencia, pero a costa de concentrar en él -como voto útil-, el de sus socios podemitas. Entre Torres y Podemos, la gente ha elegido a Torres, que parece un hombre que se viste por los pies. Pero la mayoría social no ha votado a Torres -como Torres nos dice-, y mucho menos a la izquierda. La mayoría social ha votado en Canarias a las derechas (y asimilables) para acabar –entre otras cosas- con su jefe Sánchez. No entender eso es no entender nada de lo que ha pasado, y no estar preparado para el holocausto caníbal en que ha de convertirse el PSOE si Sánchez sale de Moncloa.
Esas son también reflexiones que habría que hacerse, además de la que Torres nos recomienda, que es sobre una ley electoral que permite que gobiernen otros, otros que no fueron más votados que él.
El tiempo en política es un pozo de olvidos: construir gobiernos contra quien había ganado las elecciones es lo que el PSOE, bajo su mando, hizo en 2019 en Santa Cruz de Tenerife y el Cabildo tinerfeño con apoyo de tránsfugas. Lo que hizo en La Palma y Lanzarote con el PP, lo que hizo en todos los sitios donde pudo hacerlo. Entonces a Torres le pareció lógico, razonable, ajustado a las leyes, incluso correcto y necesario, porque había que cambiar, ese era “el mandato de las urnas”. Ahora parece que si gobiernan los que suman mayoría, es porque la ley electoral canaria no sirve, está mal hecha, “necesita reformarse” para que gobierne el que saque más votos. Torres dice que es una vergüenza que Feijóo pida eso y en Canarias los suyos no le hagan caso. Y digo yo… ¿Es eso lo que hizo su jefe Sánchez cuando ganó las elecciones Rajoy? ¿Es eso lo que hará Sánchez y el pedirá si las gana Feijóo?
En política siempre está bien lo que nos favorece y mal lo que nos perjudica. Ese es el verdadero axioma. Si estas elecciones las hubiera ganado el PP –por ejemplo- y el PSOE pudiera pactar con Coalición, lo habrían hecho. Lo hicieron en 2015, cuando las elecciones las ganó Soria y ellos decidieron apoyar a Paulino y entrar en el Gobierno. En fin…
La primera lección tras la derrota es que las elecciones las carga el diablo, no las gana el CIS, ni esos sociobarómetros que se pagan con dinero de todos para que le digan al que manda lo que quiere oír. Y la segunda lección de la derrota es que cuando las reglas del juego son las mismas para todos, hay que saber perder. Sin pataletas ni lloriqueos de joven vestal sorprendida por la rijosidad del mundo. Saber perder es en política tan o más importante que saber ganar. Y también es más difícil de aprender.